Las emociones casi siempre intervienen en las decisiones que tomamos en la vida, ya sea para bien o para mal, y muchas veces esas decisiones se forman al margen de la razón cuando tratamos de explicar o justificar nuestras conductas, nuestros errores y descalabros, que por cierto sea dicho todos tenemos, aunque neguemos su existencia o los escondamos más allá del subconsciente. Así, muchas veces, nuestras emociones nos definen y explican nuestra personalidad y forma de ser que confirma la regla o diferencia especifica de nuestra realidad.

La historia nos relata múltiples ejemplos de cómo los pueblos y los hombres han actuado siempre de manera emocional en la toma de las decisiones más importantes de una sociedad o de la vida de un hombre. Independientemente del grado de educación, de cultura, de información que tengamos, las emociones siempre van a imponer una infinidad de conductas que muchas veces puede parecer que vayan en contra de la razón, de la sensatez o incluso de la ciencia.

Las emociones nos hacen transitar por caminos que pudiesen ser para muchos irracionales, porque las emociones se van formando en nosotros desde que nacemos, hay quienes aseguran que desde antes, y siempre están presentes consciente o inconscientemente en nuestra vida. Como pueblo tenemos una memoria colectiva frágil, corta y muchas veces errónea de lo que podríamos considerar como prudente, adecuado o responsable. La emoción colectiva puede hacer que nos lleve a cometer errores colectivos y con ellos lanzarnos al despeñadero del que a veces no se puede regresar, o el costo a pagar es muy alto y puede durar muchos años en corregirse, en arreglarse cuando se toman malas decisiones en contra de la razón y prudencia que debe existir por parte de los que gobiernan.

A lo largo de la vida he tenido la fortuna de conocer a unos cuantos hombres y mujeres que se han dedicado en cuerpo y alma al estudio, a la investigación o a la ciencia, algunos de ellos los puedo considerar como sabios; pero ni en ellos  podríamos encontrar una total ausencia de emociones en la toma de las decisiones más trascendentes de su vida, porque éstas, como dije, moldean nuestra conducta. Estos hombres virtuosos por su conocimiento acumulado bien podrían obsequiarnos con algún consejo o recomendación para poder equilibrar nuestras decisiones con la razón y la emoción para lograr el mejor equilibrio entre lo posible y lo deseable.

Todos más de alguna vez hemos tomado  decisiones guiados solamente por la emoción, algunas veces con buenos resultados, pero otras con consecuencias funestas.

La política y el periodismo por supuesto que no pueden y no deben estar ajenas a las emociones, pero recordemos que las decisiones políticas y la formación de opinión pública, tienen efectos colectivos y pueden ser muy graves cuando la emoción nubla nuestra razón y se usa para descalificar, para denostar y calumniar sin argumentos, sin bases y muchas veces sin ética. Por eso debemos tener conciencia de que cuando las emociones traicionan a la inteligencia, se pueden generar problemas inimaginables.

Sin embargo y a pesar de la diosa razón, las emociones también nos pueden hacer apasionados y sacar lo mejor de nosotros para resolver retos, derribar barreras o prevalecer a pesar de la adversidad y de la injusticia.

Por Carlos Román.

Por Editor

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