Algunas personas tienen una gran necesidad de ser notados para hacerse famosos. Para lograr lo anterior, se valen de todo tipo de estrategias, llamar la atención, tener cierto estilo de vida, un discurso particular, ser empáticos, frecuentar lugares de moda, hasta inventar hazañas que los colocan en el centro de la discusión y en la solución de todo. En ese ánimo de ganar notoriedad, de tratar de demostrar que las cosas sólo ellos pueden hacerlas bien, empiezan a utilizar las mentiras para poder formar una realidad paralela que cómo va avanzando los obliga a mentir más y más, hasta que las mentiras que cuentan se las creen ellos mismos, y en ese falso mundo, viven engañando, sorprendiendo y estafando hasta que la realidad tarde o temprano los alcanza y los exhibe.

Esa obsesión por ser reconocidos se traduce en la pérdida total de conciencia de la realidad y lo más grave es que se empiezan a violar reglas, todas las que se opongan a ese mundo ficticio por ellos creado.

Cuando al vivir de tantas mentiras la circunstancias los rebasan, las consecuencias empiezan a manifestarse poco a poco, pero cada vez de manera más grave y contundente. Llega un momento, en que a estas personas ya no les importa lo que les pase a sus amigos, a sus empleados, a su familia, vaya, ni a ellos mismos, sólo es esa necesidad de llamar la atención y distinguirse entre los demás, por supuesto con esa dosis de reconocimiento de muchos que no los conocen, porque por lo general tienen grandes facilidades para generar empatía, confianza, seguridad, hasta que la verdad los pone en su lugar y sus castillos se vuelven de arena.

A los hombres los conocemos por sus palabras y por sus actos. Hay ejemplos muy claros de este tipo de personas, y cuando éstas tienen poder empiezan además de sus mentiras a generar una serie de insultos, de descalificaciones, de actos autoritarios, pensados en su mente desquiciada y su fanatismo. Cuántos excesos hemos visto de aquellos que por las mentiras afectan y destrozan la vida de muchos de los que tienen la poca fortuna de atravesarse en su camino.

Cuando alguien dominado por el ego y las mentiras considera que él y solo él posee la verdad revelada y su misión en este mundo está guiada por un destino divino, no debe prestárseles ninguna obediencia ni consideración. El extremo lo tenemos en el caso de qué quién se encuentra en una posición de poder, por ejemplo un gobernador, y éste se rebela ante la realidad o ante la ley, la injusticia puede ser total y de escándalo. Ya no les importa el daño que causen, el descredito a las personas, solo piensan que siempre van a prevalecer porque en su enferma irrealidad ellos no pueden equivocarse.

Cuando estos virreyes actúan como ayatolas, con esa impunidad que los caracteriza como ayatolas, piensan que su destino como gobernantes está más allá de los hombres y sus instituciones, muchas veces es la ambición por el dinero o la necesidad de adquirir notoriedad, poder y fama al costo que sea, aunque después les cobren con creces y para siempre la factura.

Lo cierto es que hoy en día los ciudadanos en poco tiempo se dan cuenta del engaño, y empiezan a rechazar la conducta de estos mentirosos que con sus actos generan repudio, afrentas y una afectación a las instituciones, a las empresas, a las universidades y sobre todo a las personas, cuando su obligación es respetarlos, aplicar la ley para ellos, deberse a ellos y no servirse de ellos.

Muchos incendios comienzan con un pequeño e insignificante descuido, pero descuido al fin, y luego, ya no sabemos cómo apagarlo.

Es muy difícil, pero ojalá que aquellos enfermos de poder, de ego, de avaricia y de la necesidad de ser reconocidos, transformen sus actos para que cesen de hacer tanto daño a tantas personas, porque en su mundo inconsciente, sólo caben ellos y nadie más. Esperemos que algún día se castigue su perversidad y su falta total de ética.

Por Carlos Román.

Por Editor

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