El título de este articulo no tiene que ver con el nombre de una canción de la banda de rock inglesa Deep Purple, por cierto muy buena. Más bien quiero referirme al significado que históricamente se ha dado a los mercenarios como mercaderes de la guerra. Hoy sus servicios también se prestan en otros rubros, no menos trascendentes en la vida de un país o de una sociedad. Estos soldados de fortuna no solo han peleado por dinero al lado de los gobiernos y de los ejércitos que los contratan, o de los grupos criminales  que requieren sus servicios. Hoy también encontramos mercenarios en la política y en la impartición de justicia, entre otros rubros no menos importantes.

Sin límites morales o éticos, al margen de culpas o reclamos de conciencia, estos soldados están disponibles al mejor postor. Por regla general están enfermos de ambición y son fanáticos del dinero. Los costos no les importan y si en ello va su nombre, reputación, libertad o incluso su vida, están dispuestos a pagarlo. Todo sea por el dios dinero que todo lo puede, que todo lo compra, bueno, no siempre.

Aquí en nuestro País los mercenarios son delincuentes y también políticos a sueldo de las mafias, ya sea delictivas o del poder, de ayer y de hoy. También son jueces, fiscales y abogados que corrompen la justicia por dinero. Por eso estamos como estamos.

Nuestros mercenarios son simplemente asesinos, secuestradores, criminales. Son bestias que carecen de cualquier instinto de piedad, por mínimo que sea. La crueldad los distingue y tienen el más absoluto desprecio por la vida, por el honor y el patrimonio de las personas. Nuestra sociedad se desintegra por una  profunda degradación que hace evidente lo inútil de los controles que las reglas más elementales de convivencia mandan. Parte importante del tejido social está podrido.

Estos mercenarios encarnan el mal, representan todos los males, son el mal radical. Por ello, cualquier justificación teórica para entender esa maldad, es irresoluble y solo tal vez en la teología podamos encontrar respuesta. Pero pienso que estos hombres han perdido toda humanidad, toda posibilidad de entender a Dios.

Por supuesto que la calidad ética de los mercenarios de la política o de la justicia está fuera de toda duda: no tienen ninguna. Con esto, el desprestigio de  aquellos diputados, senadores, dirigentes partidistas, que han cambiado de un lado a otro de la geometría política por el poder mismo, está más que justificado. El oportunismo que han demostrado rebasa cualquier límite. Son cínicos como los jueces y abogados que compran y venden la justicia. Que daño nos hacen a todos. Lo peor es que se permite y hasta se premia para quienes están de acuerdo con el gobernante en turno. No así para el que discrepa o critica, señala o denuncia.

El problema con los mercenarios es que todo para ellos tiene un precio. El precio nos indica que hay oferta y demanda, es decir mercado. Cuando se contrata un servicio de esta naturaleza, independientemente de que sea un delito, tiene una repercusión en todo el tejido social. Quien pide y acepta el pago comete la conducta más grave y reprobable. La debilidad moral mayor está en el que es comprado, no en quien compra. Jueces, abogados, litigantes, asesores de tesis que las venden, son mercenarios sin principios ni convicciones, son indignos de cualquier tribunal, de cualquier barra de abogados, de cualquier Universidad, de cualquier grupo en donde la ética tenga importancia, aunque sea poca, pero desgraciadamente este tipo de mercenarios abundan. En la solución a ese terrible problema es que deberíamos estar trabajando, aunque sigamos siendo una sociedad de muy baja intensidad. Si esto continúa, será terrible para un país y una generación que siempre a perdido oportunidades. De esta no hay regreso. Por cierto, a cuantos soldados de fortuna conocen?

Por Carlos Román.

Por Editor

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