En mi vida tuve grandes maestros, eminentes juristas y catedráticos de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. Maestros Eméritos, directores de la Facultad y del Instituto de Investigaciones Jurídicas, Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Sin lugar a dudas estas grandes inteligencias marcaron mi vida y de todos ellos aprendí algo que me permitió construir un pequeño capital intelectual que sin lugar a dudas me ha ayudado mucho desde entonces.

Pero mi gran maestro, la persona que más influyó en mí y me enseñó la disciplina para hacer las cosas bien y actuar siempre con una idea y razón de humanidad, fue Juan José García de Quevedo Baeza.

Quevedo, como te decíamos en tu familia (porque fuiste el hermano mayor que no tuve) me educaste a la antigua, con disciplina y rigor. Pude ver y vivir contigo tu lucha por la honestidad en la que tú creías como uno de los valores fundamentales de los hombres. Tu legado político, además de tus ideas y razones, es un ejemplo de que a pesar de haber militado en la política, nadie pudo acusarte de corrupción y vaya que sufriste ataques. Diste una gran pelea por ello, desgraciadamente a muchos que ayudaste, o mejor dicho que hiciste, al final de cuentas sucumbieron en esa realidad de la que México no sale, porque parece una maldición bíblica que ha caído sobre este pueblo: la corrupción y la traición tan arraigada en los políticos de ayer y hoy.

Te recuerdo con cariño y ya son cuatro años de qué nos dejaste. En estos días y cuatro décadas después de hacerlo por primera vez, me di a la tarea de releer tu tesis que defendiste en 1978 cuando tenías 23 años de edad, con ella obtuviste  el grado de licenciado en derecho. Con respeto y admiración me permito reproducir la primera página que muestra tú enorme cultura, tu fina elocuencia y tu capacidad de proyectar esa gran inteligencia que sin duda Dios te dio

“Los hombres somos en gran medida nuestras lecturas. En ellas encontramos una concepción del mundo que nos permite enjuiciar la realidad y a los hombres. La realidad adquiere sentido en la medida en que es pensada y los hombres adquieren moralidad en la medida en que son enjuiciados. Es el hombre el que dota de valor a algo que sin su inteligencia y pasión carece de todo sentido

El mundo en sí no es inteligente y la realidad por sí misma nada explica. Sin el hombre, la realidad sólo participa de su propio y perfecto silencio. El hombre llena de palabras y razones al mundo para hacerlo habitable y la realidad termina proponiéndose como discurso para la razón. Por una astucia de la razón se llena el mundo de moralidad. Dios aparece y la filosofía se encarga hasta de sus propias mentiras.

Dios, la Libertad, el Estado, la Belleza, la Bondad, la Virtud, la Justicia recorren la Historia y los hombres, con ellas en la garganta, se apoderan del mundo. El hombre, el mundo y la realidad se convierten en tribuna donde para la libertad se creará el Estado, por el Estado, la justicia. Cuando estas palabras penetraron al mundo, éste perdió para siempre la ingenuidad de su silencio y el mundo perteneció para siempre al hombre, el hombre por completo a Dios, la justicia y la libertad por completo al Estado.

La razón, pues, enloqueció al mundo y éste empezó a andar. El hombre dejó de tener sólo nombre y se impuso un apellido: nació el sacerdote, el político y el jurista. El sacerdote, que será nuestro filósofo actual, tiene como función administrar las ideas, darles vida y guillotinarlas; su misión, los absolutos. El político, hijo bastardo de la inteligencia pero lleno de sagacidad y astucia, confronta al hombre con los absolutos y de esa mediación estatuye su poder. El jurista llena de ideas al poder mientras el político llena de poder a las ideas. Se crea pues el templo de la razón y el poder, y el hombre deposita como ofrenda su libertad.

En un primer momento la filosofía da razón al mundo, lo dota de sentido, lo convierte en racional y en esa racionalidad es que el hombre se apodera de él, lo hace suyo, plenamente humano.

Pero también la razón se encarga de empobrecer al hombre. El mundo que habita, fiel traducción de ella muestra una realidad tiránica y sombría. Esta realidad desfigurada, claramente humanizada, vuelve contra el hombre sus razones, sus propósitos. El hombre retoma para sí el silencio roto del mundo y éste, echado a andar, se vuelve furioso contra cualquier pretensión de domarlo. El mundo habla por sí y el hombre camina mudo. Ya no es el hombre quien dará razón del mundo sino el mundo explicará al hombre, le impondrá sus términos; en él se cotejará cualquier proyecto y todo proyecto sólo por el mundo será refrendado. En el hombre mudo no aparecerá conocimiento alguno, ahora tendrá que ver al mundo, oírlo, pues de él y en él partirá todo conocimiento, toda verdad será de él pues no sólo se muestra como campo experimentador de verdades sino también, con propia lengua, habla las suyas, por ahora, únicas posibles.

Nos encontramos pues ante una razón que crea las posibilidades mismas de su libertad, de una razón que en su libertad se equivoca y en ese equivocarse anula al hombre que apostó todo a ella.”……

Espero que haya podido compartir con mis queridos cinco lectores, la gran inteligencia y cultura de mi amigo. Su tesis versó sobre el pensamiento de Juan Jacobo Rousseau.

Quevedo…gracias.

Transitorio.  Por cierto Juan, no alcanzaste a ver el desatino de una mal llamada izquierda que llegó a gobernarnos, seguro te hubieras sentido frustrado, porque en la realidad todo cambió, pero para quedar peor que antes. Lástima pero la izquierda en México se quedó chiquita.

Por Carlos Román.

Por Editor

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