Para Luis García de Quevedo Vachez.
Un grupo de personas, asentadas en un territorio determinado, con un orden jurídico propio, constituyen los elementos necesarios para la formación de un estado moderno, destacando también la existencia de la soberanía como el máximo poder que existe al interior de esa congregación territorial.
Pero también el Estado pretende alcanzar ciertas metas, ciertos fines para justificar su existencia y uno de ellos es el bien común para sus habitantes.

Pero ese bien común que busca el estado, significa que lo que es bueno para uno es bueno para todos los demás y se traduce no sólo en propiciar el florecimiento de los valores fundamentales del hombre, como la libertad, la justicia, y la igualdad, sino también como una forma de la organización de ese estado, es decir bajo la materialización de una forma de Gobierno que a lo largo de la historia hemos visto cómo ha evolucionado, desde las monarquías, hasta la democracia pasando por el lado oscuro de las dictaduras, de todos los tipos, pero siempre brutales con costos altísimos en vidas y denigración de la humanidad.
En la democracia la finalidad del Estado es que el Gobierno que se constituye mediante los votos de los ciudadanos, respeten los valores fundamentales a los que nos referíamos antes, además garantizar la seguridad jurídica, pública e individual de cada persona. Permitir y no limitar la manifestación de las ideas, mientras no afecten derechos de terceros y estructurar un gobierno que implemente políticas públicas eficientes y que respete el estado de derecho.
Para la democracia son esenciales los ciudadanos a quienes la ley reconoce la capacidad de organizar y organizarse en partidos políticos, para buscar y obtener el poder con votos y mediante ofertas concretas de gobierno, de respeto a valores importantes para las personas, de cambios trascendentes en la economía y en nuestra vida social.
Ahora bien, la justicia social, el bien común o primero los pobres, son frases que han utilizado los partidos políticos o líderes carismáticos para ganar el voto de las personas, o mejor dicho de los ciudadanos porque son quienes votamos, para ofrecer una mejor sociedad y país, sin pobreza, desigualdad e injusticia. Eso es lo que ofrecen; la felicidad, la república amorosa, que por cierto si sabe alguien lo que eso significa, que me lo explique por favor.
Desafortunadamente estos partidos políticos, al menos los que hemos visto en el poder en las últimas décadas, se extraviaron completamente de su rumbo y consigna. Es así porque la justicia social que enarbolaba el PRI como bandera, terminó en la expresión política más corrupta de la historia de México, en donde todos sus representantes han sido ladrones. El PAN no pudo construir una república ordenada y generosa, pero sí en cambio desató una guerra por la que entregó la seguridad pública de los mexicanos y que hasta la fecha se mantiene, pero lo peor como partido, es que traicionó sus principios y orígenes generando una nueva clase política panista, formada por cuadros jóvenes que retomaron con singular ahínco todas y cada una de las malas artes del priismo autoritario, para salir más mañosos que los viejos dinosaurios que aún no acaban por extinguirse. Por último y no menos triste es que el actual Gobierno enfrenta esos mismos males, los de siempre, caracterizados hoy por una podredumbre de prácticas que ya comprometieron el proyecto y discurso de la fallida transformación. Ellos mismos están utilizando explosivos termobáricos para acabar con algo que pudo ser, pero que se ha quedado sin oxígeno.
Nuestra incipiente democracia no puede ser utilizada para fracturar día a día a la sociedad. Estamos viendo como se atiza la polarización que acelera esa gravísima descomposición social y política. Los partidos han dejado de ser desde hace mucho tiempo, intermediarios necesarios entre sociedad y Estado. Vemos como muchos movimientos sociales orgánicos expulsan y se vuelven refractarios a los partidos políticos, los rechazan por corruptos y carentes de toda ideología, ya no tienen principios por los que valga la pena votar por ellos. Este rechazo a los partidos políticos nos hace dudar y nos preguntamos si puedan seguir siendo un canal de comunicación y transmisión política entre las expresiones que se multiplican en movimientos sociales y el Estado, porque si no ¿para qué sirven?

Los partidos políticos ya no son medios que faciliten el cumplimiento del bien común como finalidad del Estado.

Transitorio. Juan, el jueves pasado se cumplieron cuatro años de tu partida. Extraño mucho tu consejo, tu cariño, talento e inteligencia que en estos malos momentos que vivimos todos, seguro serían una luz extraordinaria para salir de la obscuridad.

Por Carlos Román.

Por Editor

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