Todos sabemos que el cigarro mata. Es generador de graves enfermedades que son  un problema de salud pública. Es un vicio que hoy segrega socialmente al fumador como en un Apartheid. El fumador da un mal ejemplo a niños y jóvenes. En algunas ciudades de los Estados Unidos se prohíbe fumar en la vía  pública, porque los fumadores pasivos son los que pagan las consecuencias por estar cerca del humo de cigarro. El fumador se envenena y envenena a su prójimo por el solo hecho de prender un cigarro.

Cáncer, infartos, EPOC, enfisema pulmonar y muchas más enfermedades se asocian al hábito de fumar, que fue una moda durante muchos años del siglo pasado. Con buena publicidad y mejores comerciales, diversas marcas de cigarros llegaban a los consumidores cotidianamente por medio de la radio, televisión, revistas y periódicos. Se fumaba en todas partes, inclusive en los aviones comerciales, en donde te mandaban a la parte posterior para no molestar a quienes no fumaban.

La publicidad asociada a las cajetillas de cigarros generaban una curiosidad difícil de resistir para los jóvenes. Rudos vaqueros del viejo oeste, bellas modelos con cortísimas minifaldas que regalaban pequeñas cajetillas con dos cigarros, automóviles de la Fórmula Uno y mil pautas más para invitarte al suicidio. Esa publicidad funcionó para muchos, yo incluido. Empecé a fumar a los 12 años y fue un vicio que no pude dejar hasta cincuenta años después, con mucha fuerza de voluntad y a cambio de subir cuando menos quince kilogramos de peso. Es una adicción terrible. Mi tiempo de traslado lo medía en cigarros consumidos, por ejemplo, un viaje de Guadalajara a Puerto Vallarta, me llevaba siete cigarrillos, uno cada media hora.

Las afecciones que el cigarro produce en la salud humana se comprobaron. Fue desapareciendo la publicidad de los cigarrillos. Poco a poco se empezó a prohibir fumar en lugares públicos.  La estadística asegura que el tabaquismo causa más de ocho millones  de muertes al año en el mundo. Las víctimas son  fumadores activos y pasivos. Sólo estos últimos suman más de un millón trescientas mil personas fallecidas al año, por respirar el humo del tabaco.

Las campañas antitabaco llegaron a ser mundialmente aplicadas y dejaron algo bueno ya que el número de jóvenes adictos hoy es mucho menor a los jóvenes de mi generación.

El costo de atención médica para los fumadores es enorme. Además el tabaquismo produce enfermedades terribles, largas, costosas, dolorosas. Es decir, los efectos nocivos del cigarro en la salud pública, son una externalidad negativa que cuesta a todos más de lo que generan de utilidades las empresas dedicadas a la producción y venta de cigarrillos. Es un costo que todos pagamos por los fumadores.

Recuerdo los efectos que sentí cuando fumé mi primer cigarro. Me dio vértigo, náusea y tuve que sentarme en la banqueta para no perder el equilibrio. Poco a poco y después de fumar tanto, esos efectos desaparecen y solo se percibe la saciedad de la nicotina que para mí funcionaba de muchas formas: como un estimulante, como un tranquilizante, como un medio para socializar, etc. Se fumaba en todos lados: en las oficinas,  en los restaurantes, en los cines de piojito, en el salón de clase de la Universidad, si el maestro lo permitía. De mi generación ocho de cada diez fumábamos. Era prácticamente obligatorio hacerlo. Hoy es al revés, muy pocos fuman y que bueno que así sea. Todavía mis amigos fumadores dicen esa frase para justificar el vicio: “después de un buen taco, un buen tabaco.”

Cada vez es más común ver con desprecio al fumador. La sociedad los está excluyendo del mundo. El tabaco ya no es popular como lo fue, ahora se tolera más al que fuma mariguana. Ya no existe ningún tipo de anuncio que promueva la venta de cigarros. Para bien esas campañas funcionaron: mis hijos no fuman, a pesar de haber tenido mi mal ejemplo.

Por Carlos Román.

Por Editor

Deja un comentario