En la pasada celebración del 211 aniversario de la Independencia de México, el presidente cubano Miguel Díaz Canel participó como invitado de honor en los festejos patrios y desde esa tribuna, en principio reservada para honrar la historia de los héroes que nos dieron patria, así como para tomar posturas políticas y sociales de los gobiernos mexicanos en turno, de una forma novedosa se brinda ese escenario nacional a un presidente extranjero de un País que se ha caracterizado por haber mantenido una lucha férrea por su libertad e independencia contra el imperialismo, pero que desgraciadamente terminó en la dictadura más longeva de América Latina.

En uso de la palabra, el presidente cubano recurrió nuevamente al expediente de la denuncia del bloqueo impuesto a la Isla Caribeña por los Estados Unidos de América, así como de las vicisitudes, sufrimientos  y carencias que esa medida ha causado a su pueblo.

El discurso del bloqueo, que justificó la permanencia en el poder de Fidel Castro por muchos años, ha sido el asidero ideológico y justificación de la absoluta ausencia de libertad, en una sociedad que por generaciones ha tenido una limitación total en ese sentido, al menos en las libertades formales que ejercemos en un sistema democrático, cómo elecciones y pluralidad de partidos para elegir, así como libertad de expresión para apoyar u oponernos a lo que consideramos bueno o malo para cada grupo social que integra un pueblo como el mexicano.

La relación entre Cuba y México tiene muchos, muchos años. Ha pasado por toda clase de momentos, desde una cercanía y defensa a ultranza del régimen cubano, hasta una erosionada relación que podemos describir en unas cuantas palabras con el famoso “comes y te vas” de Fox hacia Fidel Castro.

Esa dictadura, la del Fidel histórico, impulsó a varias generaciones del siglo pasado a enarbolar y defender el marxismo leninismo tropical, aunque el castrismo nunca quiso enterarse que el régimen soviético terminó en los años 80 del siglo pasado. Pero en Cuba, después de más de 60 años de totalitarismo, han sido varios dictadores, desde Fidel, su hermano Raúl, hasta el actual presidente que acaba de participar en los festejos de la independencia mexicana.

La historia nos ha enseñado que no hay dictaduras buenas o malas, hay simplemente dictaduras. También la historia nos ha enseñado que en las dictaduras, por la promesa de una sociedad igualitaria y justa, se sacrifica la libertad de todos los hombres y los pueblos, porque sólo así se puede mantener un dictador, evitando el plebiscito de elecciones libres que son las que quitan y ponen, las que conceden o restringen, las que aprueban o reprueban a cada Gobierno en particular. De haber elecciones libres en Cuba, creo yo que se hubiere ya manifestado un voto de castigo, una alternancia, una posibilidad y esperanza de cambio.

La utopía de los sueños de Fidel Castro y el Che Guevara, nunca fueron profecías que llegaron a buen puerto. Su discurso, en verdad vehemente e incendiario, sedujo a millones de jóvenes latinoamericanos; su propuesta basada en el derecho de incorporar a todos los hombres de América Latina sin importar el color de su piel, el grado de su educación, o sus creencias religiosas a la sociedad, a la libertad que ellos concebían mediante la castración de la voluntad del pueblo, mediante la imposición de la mordaza a quién no pensara como ellos, y a reprimir cualquier manifestación o acto disidente de ese poder total e iluminado que han impuesto por más de 62 años. Esa utopía comunista quedó paralizada, abandonada en los retablos y anaqueles de un consultorio psiquiátrico que la historia no ha podido rescatar y menos justificar.

Si bien es cierto que la dictadura cubana ha generado buenos profesionistas, particularmente médicos, también excelentes deportistas que lo han demostrado en justas internacionales, no ha sido suficiente para colmar las expectativas de un pueblo con hambre, sin aspiración de felicidad, porque la inexistencia de libertades, de democracia no lo permiten y acabamos de ver no hace mucho en Cuba, que quienes exigen libertad y contrapeso a un poder absoluto y hegemónico, tienen por respuesta la represión con toda la fuerza y la brutalidad del poder de un estado, contra cualquier expresión opositora, contra cualquier crítica razonada, contra cualquier alternativa de debate que evidencia esa falta de libertad que hoy en día aún no tiene el pueblo cubano, aunque sea seguramente la sociedad más igualitaria de América Latina. Pero el hombre siempre antepondrá la libertad ante cualquier otro bien, por más valioso que sea.

En una dictadura no prevalece la ley, por encima de ellas se encuentran lo que se conoce como “Razón de Estado” y en base a esa razón, un dictador puede llevar a cabo cualquier disparate, porque le permite precisamente que el ciudadano tenga prohibido conocer o inmiscuirse en asuntos que justamente lo involucran, queda segregado de las decisiones y ni siquiera puede participar manifestando su voluntad o ideología mediante el voto.  En una dictadura siempre existe una nomenclatura que resuelve todo sin consultar a nadie, con la iluminación de quién piensa que lo sabe todo y por ello todo lo puede decidir. En verdad no sabemos cuál será el futuro para el pueblo cubano, creo que la respuesta del Gobierno Americano ante la intermediación del presidente mexicano para que termine el bloqueo histórico a la Isla no será recibido ni visto con buenos ojos. Por el contrario nos va a poner en un dilema que justificó siempre las relaciones con Cuba y que era y tal vez siga siendo, que apostar por Cuba, es también hacerlo por la independencia y soberanía de México, el futuro próximo nos dará una respuesta. Ojalá sea para el bien de estos dos grandes pueblos que han padecido abusos en nombre de la ambición uno y de la igualdad el otro.

Por Carlos Román.

Por Editor

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