En días recientes, la presencia de un portaaviones estadounidense y un avión de reconocimiento militar en aguas cercanas a México ha desatado interrogantes. El USS Nimitz, acompañado por buques de apoyo, fue avistado frente a Ensenada, mientras que un Boeing RC-135V Rivet Joint sobrevoló el Golfo de California, frente a las costas de Sinaloa y Sonora. ¿Qué significa este despliegue? ¿Es una simple operación rutinaria o una señal política con implicaciones más profundas?

La Secretaría de Marina de México ha intentado minimizar el hecho, asegurando que las embarcaciones se encuentran en aguas internacionales y que este tipo de maniobras son frecuentes, lo cual es cierto. Quienes viven en lugares costeros, como por ejemplo Puerto Vallarta, pueden constatar que es común el arribo de naves de la Armada estadounidense e, incluso en ciertas ocasiones, portaaviones han anclado en la bahía. Sin embargo, en el contexto actual de las relaciones México-Estados Unidos, es difícil ignorar la simbología detrás de estos movimientos.

El gobierno de Donald Trump ha endurecido su postura hacia México, especialmente en materia de seguridad y narcotráfico. Su retórica ha pasado de la cooperación a la amenaza. Incluso está en proceso de designar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, lo que puede abrir la puerta a intervenciones militares directas. En este marco, la exhibición de poderío naval y aéreo no puede ser una simple coincidencia: es un mensaje.

Históricamente, Estados Unidos ha utilizado demostraciones militares como herramientas de presión para imponer sus intereses. En el caso de México, el mensaje es claro: Washington no necesita nuestra aprobación para actuar unilateralmente si considera que su seguridad está en riesgo. La presencia de estas unidades militares frente a nuestras costas recuerda episodios de la Guerra Fría, donde el despliegue de fuerzas armadas servía para marcar territorio y reafirmar el dominio geopolítico.

Pero más allá de la política y la diplomacia, hay una realidad ineludible que debe preocuparnos: México no tiene forma alguna de defenderse ante una intervención militar estadounidense. La desproporción de fuerzas entre ambos países es abismal. El poderío bélico de Estados Unidos es insuperable. Los cárteles poco tendrían que hacer.

En cuestión de días, muchos grupos del crimen organizado serían borrados de la faz de la tierra, como lo dijo el “zar de la frontera”. Los sistemas de inteligencia, la capacidad de despliegue inmediato y la supremacía aérea de Estados Unidos harían imposible cualquier tipo de resistencia.

En un escenario así, no hay defensa posible. Como en tantas otras ocasiones, México quedaría a merced de las decisiones de Washington, sin capacidad de oponer una resistencia significativa. La bravata de “defendernos con uñas y dientes”, como ha sugerido Fernández Noroña, es una fantasía peligrosa que ignora la verdadera magnitud de la amenaza.

El despliegue del USS Nimitz y el sobrevuelo del avión espía deben ser entendidos como lo que realmente son: una advertencia. La Casa Blanca sigue considerando a México no como un socio igualitario, sino como un espacio donde puede proyectar su poder sin consecuencias. La pregunta es: ¿cómo responderá México ante este desafío? Y la respuesta más realista es que, si Estados Unidos decide tomar medidas militares bajo el pretexto de combatir el narcotráfico, no habrá nada que podamos hacer para evitarlo.

Por Carlos Román.

Por Editor

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