Esta columna la escribo antes del dos de junio y, por lo tanto, no sé cuál ha sido el resultado de la elección más importante de nuestra historia moderna. Tal vez sea la última en la que pudimos votar en libertad. Ojalá me equivoque, pero bajo la influencia del crimen que actúa como censor en muchos municipios, distritos e incluso estados, cohabitando con un gobierno superado, totalmente ineficiente y tolerante de la impunidad con la que operan los delincuentes, es una posibilidad de que se cumpla el anhelado deseo del oficialismo de regresar a un presidencialismo imperial, como el de los años 70´s del siglo pasado.
Con más optimismo veo que durante 90 días, tuvimos la oportunidad de conocer a las candidatas y al candidato. En esta campaña, ellos expresaron sus propuestas y revelaron su personalidad. Las encuestas jugaron un papel estratégico fundamental, siendo esta la campaña de las encuestas y de las redes sociales. Quien marcó la agenda fue López Obrador. A pesar de no respetar la ley que exige abstenerse de participar, continuó sin recato, sin límite y freno alguno interviniendo en el proceso electoral. Esta intervención podría afectar el resultado y dificultar el triunfo de su candidata y de sus candidatos, que son muchos. Su participación activa, aunque cuestionada legalmente, fue una constante que marcó la pauta y condicionó el desarrollo de la contienda electoral. Este fenómeno no es nuevo en nuestra política, pero en esta ocasión, la intervención presidencial tuvo un peso significativo, polarizando aún más a una sociedad ya dividida.
La democracia es incertidumbre. Es mucho más que las técnicas y metodologías de las casas encuestadoras. Las encuestas se pueden equivocar, especialmente cuando se utilizan como elementos de propaganda para influir en el ánimo de los electores. Las encuestas enfrentan la realidad cuando se cuentan los votos. Es precisamente con el voto cuando el ciudadano decide sobre coaliciones, partidos, candidatos y campañas. Es en ese momento cuando las razones y emociones del ciudadano adquieren mando y fuerza incontestable. El voto manda y ordena por encima de todo, incluso de las encuestas.
En este proceso electoral, las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla crucial, donde los candidatos y sus equipos trataron de ganar la simpatía y el voto del electorado. Sin embargo, también fueron terreno fértil para la desinformación y las noticias falsas, las calumnias y la falta de respuestas que complicaron la toma de decisiones de muchos ciudadanos.
La incertidumbre de la democracia no solo se manifiesta en el día de la elección, sino también en el proceso postelectoral. Las posibles impugnaciones, las acusaciones de fraude y la judicialización electoral, son elementos que forman parte del paisaje político de nuestro país. Así fue diseñado y habrá que acatar las resoluciones.
El 2 de junio será recordado como un día clave, no solo por los resultados que definieron el rumbo del país, sino por lo que significó en términos de participación ciudadana y ejercicio democrático. La esperanza es que, más allá de las diferencias y las confrontaciones, podamos construir un futuro donde la democracia se fortalezca y los ciudadanos tengan la certeza de que su voz y su voto realmente cuentan.
El día después de la elección, debería representar un nuevo comienzo. Es el momento de dejar atrás las rivalidades y trabajar juntos por el bienestar del país. Así, el respeto a la voluntad popular se convierte en la piedra angular de nuestra convivencia. La madurez democrática de una sociedad se mide por su capacidad para aceptar y acatar los resultados electorales, incluso cuando no son favorables para todos. Este es el verdadero desafío y la verdadera prueba de nuestra democracia, que ha estado bajo ataque en los últimos cinco años.
El 3 de junio, más allá del resultado, será un día para reflexionar sobre nuestro papel como ciudadanos y sobre la importancia de mantener viva la llama de la democracia en cada uno de nuestros actos.