En este año el frío empezó pronto y los días se hicieron cortos muy rápido. Llegó diciembre y con él las fiestas navideñas. Sin duda para muchos estos son  tiempos de alegría, de esperanza y de recuerdos hermosos. Para algunos también son tiempos de nostalgia y soledad e incluso de depresión. Recuerdo que no hace tantos años el mundo no era tan complicado. La vida se veía y se vivía más fácil. Esta es la época del año en la que se reviven aquellos recuerdos de hace mucho tiempo, de la niñez, en donde la ingenuidad y la imaginación nos llenaban de alegría.

En estos días he visto la sonrisa de los niños, lo fácil que es para muchos de ellos vivir en la felicidad: su felicidad. La ilusión que genera creer en alguien que promete regalos por la buena conducta practicada durante todo el año, es la recompensa anhelada a ese gran esfuerzo que se magnifica precisamente en la noche buena, víspera de la Navidad.

Los años nos dicen que nuestro pasado nos ha formado en lo  que hoy somos. Las experiencias, victorias, fracasos, anhelos y nuestras esperanzas, son las herramientas que nos permiten continuar, seguir adelante. Es precisamente en esta época de fiestas decembrinas, en donde reunidos en compañía de nuestras familias y de nuestros amigos, tratamos de hacer un alto en el camino, de mirar hacia atrás para sacar fuerzas y superar los retos del mañana, que son  grandes y están muy próximos. Son tiempos de paz, de buenos deseos y de esperanza. No olvidemos  que celebramos el  nacimiento de Jesucristo, no el consumismo y la frivolidad.

Al escribir este artículo, llevo un rato observando el árbol de Navidad. Sus luces multicolores, sus esferas, su estrella que lo corona, me remonta a la tradición de los Reyes Magos que fueron guiados para postrarse a adorar al Niño nacido en el pesebre, al niño que nació pobre entre los pobres, pero que con su amor y sacrificio logró cambiar al mundo y ofrecernos la posibilidad del perdón y de la salvación.

Me pregunto en esta tarde nostálgica: ¿cómo se le puede decir a un niño que la vida no es solo la ilusión de un regalo; que hay días difíciles y millones  de niños pobres en el mundo que tienen hambre, que no tienen un buen futuro y que están condenados también en su momento a quedar atrapados en una espiral insalvable de pobreza para también tener niños pobres y marginados? Que difícil pensar en eso y más difícil se ve que podamos corregir el rumbo.

Aun así, estoy optimista por la grandeza de lo que se celebra y rememora. La Navidad nos brinda la fuerza para poder sonreír y tratar de vivir felices, porque el nacimiento del Niño Jesús, en su misterio, nos devuelve la esperanza del perdón y la vida eterna. Vaya que se escucha fuerte eso de la eternidad. Imaginen si nos vamos al lado oscuro. Como me decía un  gran amigo: ¿“y si tanta gente tiene razón y el infierno existe”? . Esa eternidad de castigos no se la deseo a nadie, ni siquiera a los que han hecho tanto daño en este mundo con sus actos y sus mentiras; bueno, con sus contadas excepciones.

En estas Navidades seguiré creyendo en la maravillosa inocencia y bondad de todos los niños que con sus risas avivan el sueño y la ilusión de poder tener un mundo mejor, donde podamos sonreír, jugar y dormir con tranquilidad, con Paz, con esperanza en el futuro, a pesar de los nubarrones que se forman en el horizonte.

Vivamos esta Navidad en la Paz de Cristo, para que haya paz entre los hombres. Les deseo una feliz Navidad y un muy buen año nuevo.

A todos mis queridos lectores, les informo que esta columna se volverá a publicar hasta el próximo lunes 22 de enero de 2024.

Por Carlos Román.

Por Editor

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