Las tragedias se ensañan particularmente con los pobres. Otis, huracán de magnitud 5 tocó tierra el pasado 25 de octubre en el  Puerto de Acapulco,  dejando tras de sí un escenario de devastación nunca antes visto en ese otrora gran destino turístico de México. El huracán, con una potencia equivalente a una bomba de 10 megatones, causó destrucción en la infraestructura turística; afectó grandes condominios y hoteles de lujo que quedaron en ruinas. Las comunicaciones físicas y electrónicas, quebradas. El Puerto se mantuvo aislado durante muchas horas.

Una tragedia como Otis afecta a todos. Destruye todo. Nada se salva. Quienes ahí nacieron y los que han encontrado un segundo hogar en el bello Puerto, están sufriendo una pérdida enorme. Recuerdos, vivencias, ilusiones terminaron en unas cuantas horas por la fuerza inclemente de la naturaleza. Se afectará el empleo, la ocupación hotelera, el comercio. Sin turistas no habrá economía.

Pero la tragedia es particularmente implacable con los pobres. Los excluidos, los que en un lugar como Acapulco no tienen muchas opciones más que dedicarse al turismo o a la delincuencia. El mapa de la pobreza está perfectamente identificado en esa Ciudad y en ese Estado. Hay muchos pobres en Guerrero, que son pobres entre los pobres. Quien haya vivido la inclemencia de un huracán, conoce cómo la fuerza de la naturaleza es capaz de derribar y destruir todo a su paso. Las imágenes que Otis ha dejado, muestran una destrucción total. Las casas de techos de lámina construidas con materiales vulnerables, volaron en mil  pedazos ante la furia del viento que aullaba como castigo divino por la perversidad de los hombres y su indolente ausencia de respeto a la vida en un Estado que a diario reporta violencia y asesinatos.

Decía un querido amigo y decía bien, que la pobreza es un castigo que la mayoría de los guerrerenses padecen desde siempre. Sumemos inundaciones, deslaves, derrumbes, pero también violencia y muerte que se vuelven un cuadro dantesco  muy común en esa parte del País. Guerrero ha sido un estado violento. La muerte siempre está cerca y no ha cambiado mucho desde que tengo memoria.

La falta oportuna de acciones para ayudar a la gente, no evidencia más que la realidad de que una tragedia como ésta, no está para soportar un populismo ramplón que está causando indignación. Sumemos las condiciones de caos que deja la tragedia, la falta de orden y los saqueos. La prohibición de que cualquiera que no sean el ejército o la marina puedan ayudar, es verdaderamente de un talante dictatorial que trata de ser impuesto ante la crisis. Solo importa el control de la información. Además las condiciones sanitarias que se generan después de un huracán de las características de Otis, no tardarán en evidenciar brotes de infecciones. El dengue y las enfermedades gastrointestinales graves serán otro efecto del huracán. La tragedia de Otis exige no lucrar políticamente a costa del sufrimiento y el dolor de los guerrerenses.

Que lejos quedo aquel discurso para los pobres de la realidad que siguen viviendo los pobres. No hay forma de que la pobreza, particularmente esa pobreza estructural vaya a  resolverse por el voluntarismo presidencial. Por el contrario, al observar los parámetros y expectativas económicas del País, del brutal endeudamiento que dejará este gobierno, podemos afirmar que el combate a la pobreza seguirá siendo discurso hueco, demagogia pura, realidad insuperable.

Vemos como el lodo cubre las casas de los pobres. Vemos como los habitantes de poblados miserables viven la tragedia con tristeza, con desánimo, con un cansancio de mucho tiempo. Vemos el dolor y también la rabia en el rostro de los que hoy ya no tienen nada, porque lo perdieron todo.

Esta tragedia nos da la imagen precisa de lo que es el desamparo, la improvisación y la falta de seriedad de quien gobierna. Estoy de acuerdo, no politicemos la tragedia, politicemos el problema que la tragedia evidenció. No olvidemos, la pobreza sigue siendo el asunto fundamental de la República. 

Por Carlos Román.

Por Editor

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