A poco más de tres años de un discurso que entusiasmó a millones y prometió la transformación del país, seguimos viviendo los problemas de siempre: inseguridad, pobreza, corrupción e impunidad. En pocas palabras, la transformación prometida sigue en retórica y a la espera de que se cumpla la ley y el Estado de Derecho sea una realidad.
Nuestra democracia está en riesgo porque los gobernantes todavía continúan viendo al ciudadano como súbdito y mientras menos educado e informado mejor, para que no cuestionen, para que no exijan, para que no levanten la voz.
La oposición ausente, confrontada, sin entender y aceptar que los enormes privilegios que tuvo se fueron, sin generar un solo cuadro capaz de presentarse sin que sea cuestionado, acusado o enjuiciado.
La oposición no puede estructurar, organizar y proponer un debate político serio, porque la sociedad se ha cansado de los partidos políticos y sus dirigentes, todos o casi todos han sido además de muy corruptos, inmensamente cínicos con sus electores, con sus bases y con sus promesas, vamos incluso con su ideario.
Si sumamos a la gravedad de nuestra realidad las muertes y costos de la pandemia que ha sido particularmente inclemente con nuestro país y sus habitantes y la permanencia de prácticas poco claras como el abuso de poder que viola la ley con impunidad y sin pudor, ese resultado está generando que la inversión de capital emigre a otros lugares en los que hay un mínimo de respeto y eso tendrá por resultado que la pobreza aumente, porque aunque así se quiera, no termina por decreto, por más bien escrito que sea.
Por cierto que la corrupción sigue siendo tolerada y vemos cómo cuando los medios de información difunden un acto de corrupción, señalan a un político o empresario encumbrado de practicar esa conducta, permanece en la opinión pública solo tres o cuatro días y pasado ese tiempo se olvida y como decía un buen amigo, “entonces el periódico sólo sirve para matar moscas, espantar al perro o limpiar los vidrios”.
Hoy somos más pobres que al inicio de la esperada transformación, hoy se sataniza y ataca con la fuerza del Estado a quien apuesta por más y mejores universidades, a quien invierte en investigación y en la ciencia; hoy la distancia que nos separa de los países desarrollados es abismal y lo es precisamente porque en materia de inversión en educación, en ciencia y en investigación, seguimos cada día más rezagados y perdidos como en un laberinto sin salida. Todavía estamos atascados en discursos para buscar al culpable de nuestros males, de la desigualdad y la miseria. Si bien el neoliberalismo dejo a millones en la pobreza, no veo hasta hoy el camino para cambiar esa realidad.
. México es hoy un país con más y mayores problemas, continúan presentes la injusticia y la inseguridad, aun no veo la brújula que nos lleve a salvo a puerto. Hay una gran retórica de confrontación y polarización entre muchos sectores de la sociedad. Como nación existimos y vamos a seguir existiendo, por eso debemos exigir que esa esperada transformación sé materialice como fue prometida, para en verdad no repetir nuestras tragedias sexenales, porque ese es un México que no deseo para mis hijos.
Por Carlos Román.