¿Alguna vez te has puesto a pensar en cómo empezó todo? No hablamos de si venimos de un mono o de alguna otra especie, sino de la pregunta más profunda: ¿cómo surgió la vida misma en nuestro planeta? Imagínate un mundo joven, caótico, con volcanes y mares hirvientes, y de repente, ¡pum! Un puñado de moléculas inertes decide organizarse para formar la primera célula. Suena a magia, ¿verdad? Pues un matemático del Imperial College London, Robert G. Endres, se puso a “echar números” y su conclusión es tan fascinante como un poco desconcertante: según las matemáticas, la vida no debería existir. ¡Así como lo lees! Parece que la probabilidad de que todo ocurriera por pura casualidad es tan, pero tan baja, que deberíamos estar sorprendidos de estar aquí.
Para llegar a esta conclusión, el profesor Endres no usó probetas, sino que se enfocó en la información. Pensó en la primera protocélula, a la que llamamos LUCA, no solo como un montón de moléculas, sino como un complejo sistema con su propio “software”. ¿Cuánta información se necesita para “escribir” este programa inicial? Usando modelos computacionales avanzados y herramientas de Inteligencia Artificial (IA) como AlphaFold, se estimó que la complejidad de una protocélula simple es de ¡mil millones de bits! Ahora, la Tierra tuvo una ventana de tiempo de unos 500 millones de años para que esta información se acumulara. Si divides esos mil millones de bits entre el tiempo disponible, parece que solo se necesitaban 2 bits de información útil por año. A primera vista, ¡parece pan comido! La “sopa” prebiótica de nuestro planeta primitivo era rica y tenía el potencial de generar muchísima más información. Entonces, ¿cuál es el truco?
El truco está en que la química de esa “sopa” no era un proceso ordenado y unidireccional. ¡Para nada! Imagina una fiesta donde todos bailan sin ton ni son. La creación de información útil en ese ambiente era como dar un paso adelante, solo para dar dos hacia atrás al instante. Es un “paseo aleatorio” donde lo que ganas, lo puedes perder en un abrir y cerrar de ojos. Para que la vida surgiera, se necesitaba una enorme “persistencia”, es decir, que el sistema tuviera una especie de “memoria” para retener la información que iba acumulando, incluso si el caos intentaba borrarla. Sin este mecanismo de retención, las probabilidades de que la vida apareciera por puro azar se vuelven prácticamente nulas. Esto nos lleva a pensar que un empujón extra, un principio físico desconocido, un sesgo químico o alguna forma de estructura informacional, tuvo que haber intervenido para darle dirección a este proceso.
El estudio no dice que la vida sea imposible, sino que la idea de que todo fue pura casualidad es insostenible. Nos invita a buscar ese “empujón” que hizo que el caos se transformara en la maravilla de la vida. ¿Podría la IA, que ya nos ayudó a dimensionar el problema, también ser la clave para encontrar la solución? Es una pregunta que nos deja con la mente volando. Incluso la hipótesis de la panspermia dirigida, donde una civilización extraterrestre avanzada “sembró” la vida en la Tierra, se asoma cautelosamente como una alternativa “lógicamente abierta”. Al final, aunque las matemáticas nos pongan en aprietos, la búsqueda de nuestros orígenes sigue siendo uno de los misterios más apasionantes de la ciencia, y cada nuevo estudio, por más inesperado que sea su resultado, nos acerca un poquito más a la verdad.

