López Obrador ha descrito erróneamente a Donald Trump al llamarlo un hombre visionario. Las lisonjas no funcionan con este personaje. No es un buen vecino; más bien, su odio se convierte cada día en un obstáculo mayor para la relación entre México y Estados Unidos. Nuestras ventajas competitivas que se pueden aprovechar por la geolocalización, están a punto de enfrentarse nuevamente a un “muro”. Este muro de los lamentos nos dejará muy solos y al parecer solo con la fe en Dios, porque con los americanos hace mucho que estamos muy lejos, ¿o era algo así?

Trump ha centrado su discurso en odio y polarización. Ese discurso, lo puso en la mira de un fanático quien con una bala le rozó una oreja. El efecto de este incidente acabó con las aspiraciones reeleccionistas de su contrincante y actual presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, quien se retiró de la nominación demócrata. Esto ha posicionado a la vicepresidenta Kamala Harris como una posible contendiente, cambiando radicalmente el panorama político.

Trump es un personaje polarizante, amado y odiado hasta el fanatismo. Su discurso contra México es compartido por muchos americanos, incluidos no pocos paisanos que reniegan de su origen. Con un compañero de fórmula igual o peor, el marine y abogado JP Vince, hacen llorar de alegría a sus simpatizantes cuando culpan a México de todos los males de Estados Unidos y prometen usar su poderío militar y económico, que es enorme, para borrar de la faz de la Tierra a estas “amenazas” que atentan contra el modelo de vida americano.

Asegurar que el crimen organizado puede derrocar al gobierno de México en menos de dos minutos constituye una grave ofensa para todos los mexicanos, pero particularmente para las fuerzas armadas, ya que son éstas quienes tienen la obligación de proteger la integridad tanto física como política del presidente. Esta retórica bélica, plagada de mentiras, es tan absurda como afirmar que el sistema de salud de México es mejor que el de Dinamarca. Ni a cuál irle. Pan y circo en los dos lados de la frontera.

Trump, debido a su egolatría, es un peligro para México y para el mundo. Lo es porque muchos norteamericanos piensan como él, le creen y lo apoyan sin más motivo que una ideología supremacista con la que se identifican plenamente y la complementan con su discurso polarizante. Siembra vientos y cosecha tempestades.

El tratado de libre comercio, que beneficia tanto a los mexicanos, se convierte nuevamente en un blanco fácil. Es paradójico, pero muchos norteamericanos que apoyan y votarán por Trump, se pasean hoy por las calles y avenidas de las ciudades norteamericanas, en grandes caravanas de camionetas llenas de banderas de su país e imágenes de su candidato. No sé si sepan que su vida, como la conocen, no sería posible sin los mexicanos que viven y trabajan en el norte, que cultivan y cosechan su comida, que preparan sus alimentos, que cuidan sus jardines y un largo etcétera. También, muchos de los bienes que les llegan desde nuestro país y que consumen, se deben precisamente al acuerdo comercial de Norteamérica.

Tal vez sea solo cuestión electoral, pero con Trump nuevamente en la presidencia de los Estados Unidos, viviremos años duros. No debemos agacharnos y pasar por alto sus insultos. Los efectos de sus fobias ya han cobrado su primera víctima. Tesla es una crónica anunciada de lo que puede pasar; lo que sigue es la amenazante propuesta de lanzar misiles contra los narcos. Hace mucho que no practican tiro al blanco.

Sabemos por experiencia que Trump empezará por lo más sencillo. Sabemos también por experiencia que lo más sencillo somos nosotros. La realidad siempre pone a cada uno en su lugar y Donald Trump no es la excepción. Por eso, que Dios nos ampare.

Por Carlos Román.

Por Editor

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