Imagina un mundo donde los ingenieros más brillantes no solo construyen apps, sino ciudades enteras, ¡y donde la muerte podría volverse opcional! Suena a ciencia ficción, ¿verdad? Pues para un grupo de visionarios en Silicon Valley, esta es una meta muy real. Al frente de este movimiento está Laurence Ion, un programador rumano que, tras una experiencia personal con una enfermedad, ha decidido que la única forma de acelerar la investigación en longevidad y biotecnología es, bueno, creando su propio país. Su proyecto, Viva City, busca ser un paraíso de “experimentación médica” impulsado por criptomonedas e inteligencia artificial, diseñado para personas que, como él, no quieren “sentirse frágiles con la edad”.

La visión de Ion no es solo un sueño lejano. Ya ha estado involucrado en “ciudades pop-up” como Zuzalu (creada por Vitalik Buterin, el co-creador de Ethereum) y Vitalia en Honduras, donde se exploran estas ideas. Para Viva City, incluso está ofreciendo una jugosa recompensa de dos millones de dólares a quien le ayude a adquirir terrenos y a un gobierno que esté dispuesto a permitirles establecer una jurisdicción especial. ¿El objetivo? Evitar los largos procesos de aprobación y las estrictas regulaciones gubernamentales que, a su parecer, frenan el progreso científico, especialmente en el ámbito de los tratamientos experimentales para prolongar la vida. Su entusiasmo refleja una tendencia creciente entre la élite tecnológica: la de construir los llamados “Estados-red”.

Este concepto, popularizado por el inversionista Balaji Srinivasan, propone que las comunidades en línea pueden, y deberían, transformarse en territorios físicos donde sus miembros establecen las reglas. No es una idea aislada; figuras como Sam Altman, Marc Andreessen y Peter Thiel están respaldando proyectos similares. Desde “Praxis”, que busca crear la “primera nación digital del mundo” cerca de una base de la Fuerza Espacial en California, hasta “California Forever”, un plan para construir una nueva ciudad en el condado de Solano, la tendencia es clara: los hombres más ricos de la tecnología están buscando “salir” del sistema actual. Para ellos, la solución a los desafíos gubernamentales y la lenta burocracia no es reformarlos, sino crear algo totalmente nuevo.

Pero, ¿es realmente una solución? Mientras el entusiasmo por la innovación y la búsqueda de la inmortalidad son palpables, estas visiones también generan preguntas importantes. ¿Qué pasa con los trabajadores esenciales, como baristas y personal de limpieza, que harían funcionar estas “utopías”? ¿Tendrían voz, o solo la opción de “salir” si no les gusta cómo se gobierna? Además, proyectos como Próspera en Honduras, que prometía una zona económica especial, han enfrentado serios conflictos con los gobiernos locales, lo que demuestra que la realidad es mucho más compleja que el ideal. Las críticas de que esto se asemeja a una “colonización 2.0” no son infundadas, pues en esencia, se busca establecer un nuevo conjunto de reglas en el territorio de otro. En un momento donde la confianza en los gobiernos tradicionales está en mínimos históricos, estas iniciativas nos obligan a reflexionar: ¿estamos presenciando el nacimiento de una nueva forma de sociedad más avanzada, o simplemente la creación de enclaves exclusivos para los más privilegiados, donde solo algunos pueden pagar el boleto a la “vida eterna”?

Por Editor