La vida tiene esas ironías gastronómicas que nos hacen sonreír con nostalgia. Recuerdo las historias de mi abuela sobre tiempos difíciles, cuando el bacalao desalado era lo único accesible, y hoy ese mismo producto se considera un lujo. Esta reflexión me llegó precisamente cuando un vecino compartió cómo, durante un viaje reciente, llevaba consigo almendras e higos secos para calmar el hambre, refiriéndose a ellos como ‘el chocolate del pobre’, un apodo que en nuestro pueblo siempre hemos usado. Hoy, esa denominación resulta casi cómica, pues los higos frescos pueden alcanzar precios elevados en las ciudades, mientras que en origen son bien valorados, algo que sin duda celebro.

Los higos secos han pasado de ser un alimento humilde a convertirse en un ingrediente versátil y nutritivo que enriquece mis desayunos y ensaladas. Cuando los higos frescos están en temporada, apenas presto atención a otras frutas, disfrutándolos en yogures, ensaladas o simplemente acompañados de un trozo de queso. Su dulzura natural y textura jugosa los hacen irresistibles. Sin embargo, una vez que la temporada termina, los higos secos emergen como un complemento infalible, aportando sabor intenso y ese confort que pocos alimentos logran igualar, evocando recuerdos de montañas y momentos simples pero significativos.

En la actualidad, llevar un puñado de higos secos en la mochila, como hace un amigo mío al escalar en la Sierra de Gredos, no solo satisface el apetito sino que también representa una elección consciente hacia productos menos procesados. Irónicamente, este ‘chocolate del pobre’ puede resultar más costoso que muchas tabletas de chocolate con leche ultraprocesado, pero su calidad nutricional es incomparable. Rico en fibra, antioxidantes y minerales como el potasio y el calcio, los higos secos son una opción saludable que demuestra cómo lo sencillo puede transformarse en esencial, conectándonos con tradiciones y bienestar.

En resumen, los higos secos han trascendido su origen modesto para ocupar un lugar especial en mi alimentación diaria. No solo endulzan mis platos, sino que también me recuerdan la belleza de lo natural y la importancia de valorar los alimentos en su contexto. En un mundo donde lo rápido y procesado a menudo domina, redescubrir estos tesoros gastronómicos es un acto de resistencia y placer, invitándonos a saborear cada bocado con gratitud y conciencia.

Por Editor