En una reciente declaración que ha generado controversia en la comunidad médica internacional, la administración de Donald Trump sugirió la existencia de un posible vínculo entre el consumo de paracetamol durante el embarazo y el desarrollo de autismo en los niños. Estas afirmaciones, realizadas durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca con la presencia del secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr., han sido recibidas con escepticismo y rechazo por parte de expertos en salud y organizaciones médicas a nivel global. El presidente Trump, reconociendo su falta de formación médica, basó sus declaraciones en lo que denominó su ‘sentido común’, argumentando que el aumento del 400% en diagnósticos de autismo en EE. UU. durante las últimas dos décadas solo puede explicarse por ‘algo artificial’ que la población estaría consumiendo.
La comunidad científica ha respondido de manera contundente a estas afirmaciones, señalando la falta de evidencia sólida que respalde dicha correlación. Monique Botha, profesora de Psicología Social y del Desarrollo en la Universidad de Durham, destacó que numerosos estudios refutan esta posible conexión, citando específicamente una investigación del Instituto Karolinska de Suecia que analizó datos de 2.4 millones de nacimientos. Este estudio, considerado uno de los más relevantes en el área, no encontró relación comprobable entre la exposición al paracetamol durante el embarazo y el desarrollo posterior de autismo, TDAH o discapacidad intelectual. Organizaciones como la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) coincidieron en que no existe justificación científica para modificar las recomendaciones actuales sobre el uso de este medicamento en mujeres gestantes.
Paralelamente, la administración Trump anunció su intención de promover la leucovorina como tratamiento para el autismo, una propuesta que también ha generado preocupación entre los especialistas. Marty Makary, comisionado de la FDA, defendió esta iniciativa argumentando que cientos de miles de niños podrían beneficiarse del tratamiento. Sin embargo, la comunidad científica advierte que la evidencia sobre la eficacia de la leucovorina para tratar características del autismo es preliminar y de baja calidad. Expertos como Dawn Adams de la Universidad de La Trobe señalaron que este tipo de declaraciones pueden influir negativamente en cómo la sociedad percibe el autismo, reforzando estigmas y culpabilizando erróneamente a las madres.
Es fundamental entender que el autismo no es una enfermedad que requiera cura, sino una condición del neurodesarrollo con base biológica compleja. El aumento en los diagnósticos, según los especialistas, responde principalmente a mejores herramientas de detección temprana y criterios diagnósticos más amplios, no a factores ambientales como el consumo de medicamentos. Las declaraciones sin sustento científico no solo pueden dificultar el acceso a atención médica adecuada para mujeres embarazadas, sino que perpetúan mitos dañinos sobre el autismo. La ciencia debe guiar las políticas de salud pública, y en este caso, la evidencia disponible no respalda las afirmaciones realizadas por la administración estadounidense.