En un hecho que ha conmocionado a la comunidad médica, un niño en Los Ángeles falleció recientemente debido a una complicación cerebral extremadamente rara pero siempre fatal derivada del sarampión. El Departamento de Salud del Condado de Los Ángeles confirmó que el menor murió por panencefalitis esclerosante subaguda (SSPE), una condición que se desarrolla años después de una infección inicial de sarampión. Lo más desgarrador es que el niño contrajo el virus cuando era demasiado pequeño para recibir la vacuna, dependiendo así de la inmunidad colectiva que, lamentablemente, falló en protegerlo.

La SSPE es causada por una infección persistente del virus del sarampión en el sistema nervioso central. Lo aterrador de esta condición es que los niños pueden pasar por los síntomas típicos del sarampión—fiebre alta, erupción cutánea y síntomas similares a la gripe—y aparentemente recuperarse por completo. Sin embargo, para una pequeña minoría, el virus permanece latente y resurge años después, generalmente entre siete y diez años después de la infección inicial. Aunque la SSPE afecta aproximadamente a 1 de cada 10,000 personas con sarampión, el riesgo aumenta dramáticamente a 1 de cada 600 cuando la infección ocurre en la infancia, como fue el caso de este niño.

Este trágico suceso ocurre en un momento preocupante para la salud pública en EE. UU. El sarampión fue declarado eliminado en el año 2000 gracias a los altos niveles de vacunación, pero en los últimos años hemos visto un resurgimiento alarmante de la enfermedad. Los expertos atribuyen este retroceso a la disminución en las tasas de vacunación y la propagación de información errónea sobre las vacunas. Solo este año, el país ha registrado el número más alto de casos de sarampión en 33 años, con otras dos muertes infantiles y una adulta reportadas por infecciones agudas.

La historia de este niño nos confronta con una realidad incómoda pero crucial: la vacunación no es solo una decisión personal, sino un acto de responsabilidad colectiva. Los bebés demasiado pequeños para vacunarse, las personas con sistemas inmunológicos comprometidos y otros grupos vulnerables dependen de que el resto de la comunidad esté protegida. Cada dosis de vacuna MMR (sarampión, paperas y rubéola) que recibimos crea un escudo invisible que protege a quienes más lo necesitan. En un mundo donde la desinformación se propaga más rápido que los virus, recordar el poder salvavidas de las vacunas se convierte en un imperativo moral y de salud pública.

Por Editor