En estos últimos días experimenté algo que creía olvidado: la alegría navideña en su forma más pura. Ese destello que se resiste a desaparecer incluso cuando las sombras más densas del alma nos afligen. Fue como si el espíritu de la Navidad, perdido entre el ruido y las prisas, hubiera regresado para recordarme que, pese a los desafíos, la mentira y la maldad, siempre hay una luz capaz de abrirse paso. Porque, en su esencia más profunda, la Navidad celebra el nacimiento de Jesucristo y todo lo que ello simboliza.
El nacimiento de Jesús es un mensaje eterno de humildad, amor, verdad y redención. En un pesebre despojado de ornamentos y privilegios, llegó al mundo el Salvador para enseñarnos que la grandeza reside en la capacidad de amar, de perdonar y de trabajar por un mundo mejor. Sin embargo, esta verdad tan poderosa, por nuestra condición humana, a menudo se diluye entre los excesos y distracciones que vivimos en estas fechas.
La Navidad debería ser un tiempo para pensar mejor las cosas, para evaluar nuestras vidas y reflexionar sobre el legado que estamos construyendo. Pero, tristemente, esta época se ha transformado en una excusa para los excesos y las frivolidades. Las fiestas se han llenado de comportamientos que poco o nada tienen que ver con el mensaje que Jesús trajo al mundo.
En medio de esta superficialidad, resulta inevitable notar las contradicciones de nuestra realidad. A menudo, quienes actúan con bondad enfrentan los mayores retos, mientras que los menos éticos parecen prosperar sin esfuerzo. En este contexto, la vida se convierte en una lucha constante, un desafío por sostener los valores que nos definen como seres humanos dotados de inteligencia, voluntad y libertad.
Sin embargo, la Navidad sigue siendo un faro de esperanza. Nos invita a renacer, a recordar que cada día es una nueva oportunidad para reconstruirnos, para encontrar sentido incluso en medio del caos. La llegada de Jesús al mundo nos recuerda que, aunque todo parezca perdido, siempre hay un camino hacia la luz.
Y quizá el mayor acto de redención que podemos realizar en esta época es el perdón. La Navidad es el momento ideal para dejar atrás los resentimientos, sanar heridas y liberarnos del peso de nuestras cargas y miserias. Perdonar nos reconcilia no solo con los demás, sino también con nosotros mismos. Es un acto que abre las puertas a la paz y nos permite avanzar hacia un futuro mejor y más ligero.
Así que, en esta Navidad, que mejor que detenerse por un instante y reflexionar que más allá de la fiesta, es una fecha que cada año nos brinda la oportunidad para reconciliarnos con la vida y para en verdad ser mejores. Es un tiempo para abrazar la esperanza, soñar con un futuro más luminoso y renovar nuestra fe en que, incluso en los días más oscuros, Dios está con nosotros y la verdad, aunque tarde, siempre sale a la luz.
Felices fiestas a todos. Que el amor, la paz y la alegría llenen sus corazones, y que el espíritu de la Navidad les inspire a vivir con propósito y compasión. Porque, al final, esa es la verdadera luz que Jesús trajo al mundo.
Estimados lectores: volveré con ustedes el próximo 13 de enero de 2025. Gracias.
Un abrazo fraterno a todos, Carlos Román.