Conocí Puerto Vallarta hace casi cincuenta años. En ese tiempo era un pequeño poblado lleno de toda la magia y de las más hermosas playas del pacifico mexicano, que fundidas con los bosques y la selva de la sierra, le dan un  encanto que no se ve en ningún otro lugar de México y que por fortuna se mantienen hasta la fecha. Puerto Vallarta es único.  Sus bellezas  naturales me cautivaron, además su gastronomía,  sus tradiciones y la calidez de su gente, hacen de este lugar uno de los destinos turísticos más importantes de nuestro País.

Años después, Dios o el destino me llevaron a vivir en ese paraíso durante más de quince años. Mi profesión de abogado me vinculó rápidamente con la industria más importante de Vallarta: la hotelería.  Conocí la importancia que tiene la promoción y publicidad para el turismo. Son componentes esenciales en la industria turística global, nacional y local y responsables de atraer a muchos visitantes, en un negocio marcado por una fuerte competencia nacional e internacional.

Me tocó formar parte de un proyecto que hasta la fecha subsiste: El Fideicomiso de Turismo Puerto Vallarta. Organismo que lleva la administración del impuesto al hospedaje destinado a la promoción y publicidad turística. No fue un asunto fácil. El Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, decidió que la ley que promulgó Jalisco para ese impuesto era inconstitucional y se logró hacer entender al gobierno que la administración de un impuesto, puede funcionar mejor si los generadores del mismo y las autoridades suman esfuerzos para obtener con los pocos recursos disponibles, el mayor beneficio para un destino turístico.

En este caso, Puerto Vallarta se ha beneficiado de ese recurso desde 1996 y junto con Los Cabos, son los únicos lugares en los que a pesar de todos los esfuerzos de control total del gobierno, la experiencia ha demostrado que funciona y funciona bien. Desgraciadamente, en casi todos los demás destinos turísticos de México, los gobiernos de los estado se han llevado estos recursos a otras áreas, privando a sus lugares turísticos de una herramienta fundamental de desarrollo.

Sin ser experto en la materia, aprendí que medir el éxito de las campañas de promoción y publicidad turística es un gran desafío. A diferencia de otros sectores, donde las ventas directas pueden ser un indicador claro de éxito, en el turismo es más complicado atribuir directamente el aumento de visitantes a una campaña específica. Se deben considerar múltiples factores, como la estacionalidad, eventos globales y locales y por supuesto cambios en la economía, que pueden influir en los resultados.

En la actualidad resulta inclusive más complicado realizar esta medición, por la mala publicidad de la violencia, que afecta a todos los destinos del País. Unos más otros menos. Puerto Vallarta ha podido sortear este tema de mejor manera que otros lugares como Cancún y particularmente Acapulco.

Otro factor que afecta es la desaparición de una política de promoción y publicidad turística por parte del gobierno federal. Desde el inicio de esta administración, se cancelaron todos los recursos para este rubro. La desaparición del Consejo de Promoción Turística de México, significó cerrar toda posibilidad de invertir para promover nuestro turismo. Con ello las funciones de la Secretaría de Turismo Federal se volvieron intrascendentes. Si desaparece esta dependencia, ningún turista o inversionista lo notaría.  No promueve nada, no hace nada, vamos no regula ni siquiera al tiempo compartido, porque ese le toca a la Profeco.

Para la promoción turística institucional de Puerto Vallarta, queda solo un organismo público, que a pesar de haber sufrido modificaciones, continúa siendo el único que busca mejorar el posicionamiento y la ocupación de este hermoso destino a nivel nacional e internacional. Ojalá no se les ocurra a nuestros iluminados políticos, inventar el hilo negro o descubrir el agua tibia.

Si van de vacaciones de verano consideren a Puerto Vallarta como un destino que lo tiene todo.

Por Carlos Román.

Por Editor

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