El reconocimiento de la igualdad de los hombres ante la ley ha sido una conquista de la democracia occidental en contra de la monarquía y de todos los sistemas autoritarios. Este principio que se considera fundamental, ha sido insertado en casi todas las constituciones de los países que respetan la libertad de las personas y que por lo general practican una economía de mercado.
Cada persona tiene una idea muy clara de lo que es la igualdad o mejor dicho, su idea de la igualdad. Dejar la igualdad sujeta a la voluntad o la interpretación de un gobernante siempre resulta peligroso. Quien ejerce poder se sentirá superior y tratará de imponer su pensamiento a los demás. Por lo general se desdeña a la ley para que prevalezca el criterio del autócrata.
La igualdad no es equitativa. El discurso de la promesa de hacer realidad la igualdad es un recurso demagógico de aquellos que buscan culpar de todos nuestros males a la desigualdad. La igualdad total es francamente una utopía.
Una práctica de los regímenes totalitarios o por lo menos autoritarios tan comunes en nuestros días, es que a pesar de la evidente desigualdad entre los hombres y no sólo me refiero a la económica, sino a todo tipo de desigualdades que implican razones de edad, género, educación, aptitudes, físicas, estéticas, artísticas y sobre todo intelectuales, justifican la homologación de capacidades distintas porque dicen que la naturaleza de los hombres es ser iguales; eso es demagógico y siempre ha sido la causa de su caída. Así lo vivió el régimen soviético que dominó la mitad del mundo durante casi todo el siglo pasado.
Por otra parte, quienes afirman que la desigualdad se debe a la diferencia de las capacidades de las personas, muchas veces omiten reconocer la fortuna de quienes nacen en una familia rica, que significa todas las ventajas y oportunidades que el pobre no tiene. Los casos de personas pobres que han logrado un ascenso social son mínimos, porque los pobres por lo general así se quedan y entran a una espiral sin salida que los atrapa por generaciones. La necesidad muchas veces lleva a la imposibilidad para poder desarrollarse. Lo que es cierto, es que cuando esas desigualdades son tan grandes como las que padecen y viven millones de mexicanos, es en mucho culpa del estado y de la forma que este ha planteado su estructuración y desarrollo, particularmente en materia de educación.
Cuando hay una oferta política basada solo en una sociedad igualitaria, debemos recordar que la historia ya reprobó a estos regímenes que pretendieron suprimir la libertad en nombre de la igualdad. Y aunque parezca paradójico, en los Estados Unidos, el país capitalista por excelencia y sin duda el más rico del mundo, se procura y se lucha por darles a todos sus ciudadanos oportunidades iguales, y eso es en esencia lo mejor que un estado puede hacer para reducir la desigualdad. En su declaración de independencia, insertó como justificación el derecho a buscar la felicidad de sus ciudadanos que durante el dominio británico no existió.
Muchos gobernantes nos han vendido la idea de que la igualdad es una condición necesaria para encontrar la felicidad.
Conozco a muchos ricos que viven infelices y a muchos pobres que viven muy contentos. Antes que la igualdad, definitivamente está la libertad, porque sin ella, ni siquiera tenemos el derecho o aspiración a ser iguales. Defendamos nuestra libertad para que no desaparezca por razones de un sueño mesiánico que ha demostrado su inoperancia histórica.
Por Carlos Román.