No ha sido el optimismo lo que siento en cuanto al futuro de México como país democrático. Hemos visto como el autoritarismo, la mentira y vivir en una realidad paralela, han tenido como finalidad suprimir la división de poderes, menoscabar el estado de derecho y regresar a la figura presidencial total, igual a todo el poder del que gozaron los antiguos presidentes priistas.

Preocupa la insistencia para desaparecer los organismos autónomos que resultan incómodos al oficialismo, con el fin de eliminar la opacidad o cerrar las ventanas que la autonomía nos da los ciudadanos para no depender total y absolutamente del gobierno que tenemos, que es de un solo hombre. Este oscurantismo, ha sido parte de una estrategia que se vislumbra por decir lo menos: tenebrosa.

Me dio mucho gusto ver, como los ministros de la Corte, con valor y a sabiendas de la andanada de insultos, de violencia verbal y física, de las más agresivas amenazas, descalificaciones y vituperios, se mantuvieron como dignos representantes de uno de los poderes fundamentales del estado, el ultimo que todavía no se somete al emperador. La división de poderes evidenció con los berrinches y desfiguros, lo que ya sabíamos: que no se tolera el disenso, el pensar y actuar diferente, el corregir la plana.

Por ello la democracia es el sistema en el que la división de poderes limita mediante pesos y contrapesos las pretensiones de aquellos que avasallando a los demás poderes, han intentado imponer su voluntad, como verdad revelada, como interpretación de la voluntad popular basada en la popularidad, pero sin rendir cuentas a nadie.

Lo he dicho varias veces y hoy lo repito: cuando el estado de derecho fracasa, predomina la ley de la selva. Para evitar eso que ya vivimos y que muchos lo olvidaron y los mas no lo conocieron porque aún no nacían, la división de poderes es la piedra fundamental  para darnos el soporte de un marco jurídico que permita una convivencia armónica, que facilite el desarrollo, que imponga el respeto a la ley para con ella llevar el respeto a las personas.

La insistencia en seguir las prácticas de antaño por parte de este gobierno, es que siguen sintiéndose dioses, pero recuerden que solo es por seis años y ya van cinco.

El rompimiento que anunció el presidente de la república contra los integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por haber resuelto un asunto sobre la militarización de la guardia nacional, retrata la intolerancia y la incapacidad para asimilar una resolución que no fue de su agrado y reaccionar con ira, ante decisiones que bien o mal, son tomadas en base a la letra de la Constitución, y sabemos que cuando se atenta contra ésta, se degradan los principios fundamentales de cualquier sociedad, por algo se le dice Carta Magna.

La Corte tiene una función esencial para que en México el estado de derecho no desaparezca. Evitar a como dé lugar que la justicia no se materialice de acuerdo a la buena o mala digestión de quienes tienen la función de procurarla e impartirla, es el único camino que tenemos para poder garantizar a todos nuestra seguridad jurídica y con ella nuestra libertad. No importa cuantas veces lo debemos repetir, insistiremos que sin seguridad jurídica, sin una conducta ética y leal de las principales autoridades encargadas de procurar e impartir justicia, el estado es absolutamente innecesario, porque su función fundamental es brindar esa seguridad, esa certeza que necesitamos todos sus ciudadanos.

Nos acercamos al fin del sexenio, el tiempo pasa inexorable, el que ha sido uno de los presidentes más poderosos de México, no está ajeno a las prácticas y costumbres caligulescas de la vida política de este país. El olvido es despiadado con los expresidentes. Por eso muchos de ellos han buscado crear un Maximato, ninguno lo ha logrado y espero que el actual no sea la excepción.

Por Carlos Román.

Por Editor

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