Es evidente que hoy las relaciones entre México y Estados Unidos son tóxicas. El envío de precursores químicos desde China para ser procesados en México con el fin de producir fentanilo, droga que está matando a decenas de miles de norteamericanos, se ha convertido en un problema grave de salud pública y de seguridad nacional. El fentanilo empieza a ser considerado un arma de destrucción masiva. Cuidado con eso.
Los hechos sucedidos en Matamoros y las amenazas de los Republicanos sobre la situación de la inseguridad en México, no deberían ser solo tomadas como publicidad electoral o como otra teoría conspirativa, es de lo más serio que hemos enfrentado en los últimos años; además, si a ello sumamos un mundo incierto y proclive a la guerra con bandos definidos, es obvio que no tenemos una geografía que nos permite escoger o considerar otras opciones.
Hasta ahora se han levantado ciertas voces de algunos congresistas y gobernadores del Partido Republicano como Lindsey Graham, Dan Crenshaw y Greg Abbot, entre otros, quienes sin reconocer que la demanda de drogas es un problema de su País, han empezado a proponer que se declaren a los carteles mexicanos como grupos terroristas y con ello, abrir la puerta para que el ejército más poderoso del mundo, limpie el cochinero que los gobiernos mexicanos no han podido resolver desde hace más de 15 años. Eso por supuesto revive el sentimiento nacionalista que políticamente reditúa a unos y a otros.
El nacionalismo es un discurso muy rentable, pero debemos ser conscientes que el nacionalismo es un lujo de ricos. Los temas más serios de nuestra convivencia con nuestros vecinos no pueden partir de la amenaza de una intervención armada, ni tampoco de la alharaca para influir en la política electoral de Estados Unidos promoviendo el veto del voto a los candidatos del Partido Republicano. Esta es solo una amenaza hueca que pretende presumir algo que no se tiene: una influencia política binacional. Y por el contrario, si alguien puede influir en una votación en México, son precisamente los americanos. No jueguen con Sansón a las patadas.
Pero en esta realidad tan descompuesta y dolorosa, los políticos mexicanos encuentran vetas que piensan les van a favorecer en sus aspiraciones electorales. En México hay quienes ven en “el imperialismo yanki” la causa que justifica la arenga para culparlos de los más graves problemas de nuestros pueblos oprimidos. La intervención del ejército norteamericano en México, se convierte en el pretexto ideal para desplegar una política electorera que justifique hacer campaña con el fin de garantizar la continuidad del partido gobernante en las próximas elecciones, o tal vez, solo tal vez, pensar en una excusa para prolongar el actual mandato.
Seis años no bastan para consolidar la transformación, se necesita más tiempo para de una vez por todas regresarnos medio siglo. La izquierda populista mexicana, aplica al pie de la letra la receta contenida en los manuales usados por las dictaduras latinoamericanas para eternizarse en el poder. Por eso no han sido gratis los insultos al gobierno del Presidente Joe Biden desde antes de que tomara posesión, o es que no lo han visto. Pero todo tiene un costo y esos senadores y gobernadores republicanos, anuncian que harán responsable a la actual administración mexicana del creciente tráfico de drogas letales que inundan sus calles.
Parece que las circunstancias nos ponen en tiempos de pre-apocalipsis. Una realidad que avasalla, una inseguridad que mata y un futuro sin luz, es lo que con seguridad tenemos. Hoy parece confirmarse que todas esas promesas de transformación fallaron, igual que cada 6 años. Pero ese nuevo escenario que introduce a nuestro poderoso vecino, puede cambiar todo, incluso darnos un mejor futuro con la contención y combate a los grupos delictivos que ya llevan décadas haciendo lo que quieran sin que nadie les ponga un alto, sin que nadie pueda con ellos. Es un problema que debería ser resuelto mediante la comunicación y la cooperación de los afectados, que somos quienes vivimos en estos dos grandes países. Esperemos que no se vulnere nuestra soberanía y que el gobierno salga bien librado de este reto, que no es menor.
Por Carlos Román.