El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define a la Ética como: “Parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores”.
No podemos engañarnos a nosotros mismos, aunque hay quien piensa que puede engañar a todo el mundo. La honestidad intelectual es un imperativo qué debe ser guía en nuestra vida. El plagio de las ideas, el montaje y la falsa apariencia de lo que no se es, nos llevan siempre al fracaso. La verdad se impone, a veces tarda, pero al final florece. Hemos sido testigos de plagios, de conductas carentes de ética por parte de quienes nunca deberían ser cuestionados por ese tipo de faltas.
Hacer nuestras las ideas de otros no es malo, lo malo es no reconocer a su autor y hacerlas pasar por propias, es un fraude a uno mismo. ¿Qué se puede esperar de alguien sin ética, cuando ese alguien es quien decide la libertad, el patrimonio, la honra o la vida de una persona?
Hemos visto plagios intelectuales de personas que dirigen instituciones públicas fundamentales que deberían ser ejemplo de integridad, de conocimiento acumulado, de experiencia enriquecida por sus lecturas, por sus razones, por su inteligencia y su trabajo. Pero la falta de ética acaba siempre por reiterar que en México, el respeto a la ley no importa.
La honestidad intelectual y la ética hacen de los hombres y mujeres mejores personas. La igualdad por razón de género alcanza hoy a todos, lo bueno y lo malo, el premio y el castigo. La ética hace que prevalezcan los principios a pesar de las presiones, del dinero, de la fama.
La carencia de ética resulta terrible e imperdonable para quienes tienen la tarea de procurar e impartir justicia. La falta de ética hace que abogados, jueces y fiscales hagan que la ley sea una aspiración fallida para muchos; para quienes enfrentan la injusticia de un régimen sin recato y sin pudor que quebranta el derecho por dinero o por consigna, que se niega a cambiar, que continúa en sus prácticas corruptas.
El plagio intelectual los ha evidenciado. Acuerdos y componendas injustificables han hecho que el Estado de Derecho, las leyes y normas que marcan nuestra convivencia como sociedad y como nación, terminen en escándalos que lamentablemente la ciudadanía olvida pronto. Si partimos del plagio y del engaño, ¿cómo podremos transformar la realidad cuando la transformación solo vive en el discurso de unos cuantos que no reconocen sus errores, así sean evidentes y se comprueben sin dejar duda?
Que triste es ver cómo un discurso de odio juzga y condena a unos y exonera a otros sin más argumento que las palabras huecas y envenenadas de quienes violan un día sí y otro también los derechos que la ley nos brinda a todos.
La falta de ética en muchos aspectos de nuestra vida, de nuestras costumbres y usos, nos confirman algo muy grave que como maldición padecemos desde siempre: la ausencia de respeto entre los mexicanos. Hoy hay tres tipos de justicia: una para los pobres, otra para los que todo lo tienen, incluida la protección de funcionarios y políticos que se traduce en impunidad, y otra más, de reciente cuño, que es aquella que se aplica a los que se oponen o critican al gobierno.
Si se apuesta hoy por una cuarta transformación, debió haber iniciado con la verdadera construcción de un Estado que respete y haga respetar la ley, que no permita el uso de instituciones para satisfacer fines personales o vengar rencores y fracasos pasados. Sin ética no hay transformación que sea posible y valga la pena. En fin, hoy somos testigos de otro escándalo, otra raya más al tigre, veamos cómo y en que acaba.
Transitorio.- A todos mis queridos lectores, les deseo un muy feliz y próspero año nuevo. Gracias por su atención y paciencia por leerme. Felicidades y bendiciones.
Por Carlos Román.