La coalición electoral “Va por México” integrada por el PRI, PAN y PRD, nació como alternativa desesperada para detener al contrincante poderoso, autoritario y al parecer invencible por lo menos para los próximos 12 años que representan MORENA y su creador.
He afirmado en otras ocasiones, que el descrédito, la falta de ideas y oficio pero sobre todo la corrupción, les ha cobrado la factura a los partidos políticos. Ninguno se salva del repudio popular por su mala fama bien ganada.
Disminuidos y dispersos después de las elecciones del 2018, las oposiciones nunca pensaron en un camino diferente que no fuera esa apuesta aliancista para recuperar algo de lo perdido por la erosión y desgaste del ejercicio del poder, que borró sus posibilidades electorales.
Sin embargo, esa apuesta aliancista nunca tuvo una expectativa de larga vida, por la naturaleza propia de cada uno de sus integrantes y en particular por la forma en que el PRI se ha comportado siempre. Todos sabían que esa es su naturaleza: traicionar, cambiar sin pudor sus ideas y convicciones por prebendas de acuerdo con los tiempos y designios del gobernante en turno, aunque sea de otro partido, eso no importa.
Los integrantes que formaron esa alianza cumplieron lo que muchos desde siempre alertaron y el tiempo acreditó: su fracaso en todos sentidos por ser considerada “contra natura”. Al perder su identidad, estos partidos renunciaron a su presente y a su futuro.
La alianza cosechó magros y desnutridos resultados electorales y por la calidad moral de sus representantes, era predecible que se doblaría ante el embate del gobierno, que con habilidad ha sabido obtener las reformas para las que no le alcanza con los votos de sus legisladores, pero sin mucho esfuerzo, la amenaza del castigo le ha dado lo que le conviene. Hoy es Alito, impresentable por cierto, mañana cualquier otro de esa alianza perdida. Todos tienen cola que les pisen.
Lo más grave ha sido ver a una oposición que por el pragmatismo que sepultó sus ideales y la total falta de contacto con los ciudadanos, buscó subsanar sus debilidades ante el electorado al formar alianzas que no hacen más que evidenciar su profunda debilidad social.
Entre discursos y posturas que a cada uno de los aliancistas les son opuestas, coinciden en la búsqueda del poder solo para recuperar privilegios y jugosos negocios. En cuantas ocasiones escuchamos decir que los del PRI son corruptos y sínicos, que los del PAN corruptos e ineptos y los del PRD traicionan y se llenan las bolsas de dinero, es decir, también son corruptos.
Antes la corrupción era única del PRI, con la alternancia ha quedado demostrado que ni el PAN ni el PRD están libres de culpa, para todos hay, incluido por supuesto MORENA que se ha nutrido de lo peor de esos tres partidos.
Veamos el ejemplo de estos últimos días que reitera lo evidente, cuando algún candidato de esa oposición se le conceden posibilidades de ser competitivo, no tarda nada en ser exhibido como corrupto y denunciado ante la fiscalía. Que le pregunten a Enrique Vargas, precandidato del PAN al gobierno del Estado de México.
Esa es la razón de peso del embate del gobierno para mantener a toda costa sus métodos de judicialización de la política para los opositores y para los que sin serlo, se aparten del camino del discurso y voluntad del líder. No falta mucho para verlo, cualquier opositor que tenga alguna posibilidad, será desplazado con la amenaza de la prisión preventiva oficiosa, porque al aplicarse ésta a la corrupción, que hoy es delito grave, la Suprema Corte nunca tuvo la posibilidad de erradicarla y los políticos de salvarse de ella, a pesar de los ríos de tinta que trataron de demostrar lo injusto de esta medida, porque en la política la corrupción es la regla y la honestidad la rara, muy rara excepción que la confirma.
Por Carlos Román.