Desde que tengo uso de memoria he escuchado del discurso de los políticos la promesa de que ahora sí vamos a hacer de México un país y una sociedad de excelencia. Todos sin excepción han sido o por lo menos pretendido ser grandes vendedores de ilusiones. No hay uno que no haya prometido construir un país en donde a pesar de las terribles batallas que deben librarse en contra del pasado oscuro y corruptor, su gran esfuerzo y dedicación, su compromiso con el pueblo y el uso de muchas, muchas palabras, nos han hecho creer que pronto podremos aflojar ese cinturón que desde hace décadas oprime la cintura de los menos afortunados socialmente hablando. Sus promesas son para todo y para todos, incluida desde luego la promesa de la felicidad que ahora sí nos dicen que ya está a la vuelta de la esquina.
Ejemplos hay muchos y vamos a citar sólo unos cuantos; un clásico fue la convocatoria que se realizó en el sexenio del presidente López Portillo, para administrar la abundancia, la cual terminó en una fallida defensa canina del peso que nos orilló a la más terrible crisis económica de la que tengo memoria. Otra perla fue la que salió de la boca del Presidente Fox, cuando prometió acabar en 15 minutos la insurgencia de Chiapas de 1994 y su sexenio terminó con el principio de la gran descomposición social que ha prevalecido como la más grave crisis de inseguridad que padecemos hasta hoy para, ser señalados como uno de los países más peligrosos del mundo.
Los políticos siempre aseguran que México estará a salvo si votan por ellos. Nunca me ha tocado escuchar a ninguno, creo que por su terrible ausencia de valor, que nos digan que ciertos problemas del país no podrán solucionarse en seis años y tal vez ni en treinta.
Siempre hay algún pretexto, excusa o causas de fuerza mayor que explican o justifican las promesas incumplidas.
Las palabras de los políticos, casi siempre huecas, están encaminadas a cautivar, seducir, encantar y engañar a los votantes. Los actores y las referencias han sido siempre las mismas, a veces con mayor énfasis en unas que en otras, pero las mismas al final de cuentas: los malos contra los buenos, los ricos contra los pobres, la terrible pobreza que nos lastima por causa de unos cuantos ambiciosos e insaciables, impide un desarrollo real, de abajo hacia arriba, en un país que nos han dicho que tiene enormes riquezas, un país rico con un pueblo inmensamente pobre al que no le llega esa riqueza que falsamente nos han dicho que tenemos.
Cuántas veces hemos escuchado que se acabó la corrupción, que somos un pueblo feliz, que estamos listos para construir esa sociedad segura, solidaria, educada, que ahora sí es nuestro momento y que debemos estar listos para vivirlo a plenitud. Ésta es una de las muchas mentiras repetidas tantas veces, bajo diferentes formas, que acabamos por creerlas.
En realidad todo este discurso político de siempre ha tenido un resultado que se mide por el terrible descrédito internacional producto del uso generalizado de la mentira y la demagogia como instrumento de dominación política. México no es el cuerno de la abundancia que nos han dicho, como país tenemos graves problemas por el agotamiento de los recursos naturales que hemos explotado sin orden, sin mesura, como reparto de un botín para unos cuantos, con prisa por saquear la otrora riqueza natural que tuvimos y no cuidamos.
Desgraciadamente y a pesar de tantas promesas, no se reduce la terrible desigualdad existente. Padecemos un retraso que puede ser definitivo con los países desarrollados. La investigación, la educación, la expulsión de nuestra fuerza de trabajo, los rezagos enormes en salud y en otros muchos rubros, nos colocan más cerca de la larga lista de los países que han fracasado, que aquellos que se han desarrollado. Aun así parece que nos gusta seguir creyendo y todavía mantengo la ilusión de que por lo menos se cumpla en la promesa al combate a la corrupción. Aún es tiempo de lograrlo, pero para ello deben corregirse todas esas manifestaciones escandalosas de abuso y corrupción que vimos documentadas por la prensa de forma destacada la semana pasada. Ojalá no pasen como anécdotas futuras en esta picaresca de las mentiras eternas, de las promesas fallidas.
Por Carlos Román.