Recuerdo de mi infancia un día particular que fue el 20 de julio de 1969. En esa fecha el hombre llegó a la luna y fue un evento extraordinario en todo el mundo. La transmisión por televisión en verdad asombro a todos, ya sea que se viera en México, USA, España o cualquier parte del mundo en donde llegó esa señal. Fuimos testigos de primera mano y en tiempo real de cómo el hombre puso su primera huella en otro mundo y la admiración de todos fue asombrosa. Fue un evento que en lo personal no olvido y después de muchos, muchos años, aún lo tengo presente.
Otros acontecimientos no tan globales, también generaban reacciones y atención de las sociedades del mundo. Un año antes en México, los sucesos que culminaron el 2 de octubre y en el que murieron muchos estudiantes, también generaron una gran atención y repudio social, tanto así que propició el inicio del cambio del sistema político dominado por un partido esencialmente autoritario y de un solo hombre, en el que era prácticamente imposible la alternancia a través del voto. Bien lo describió Vargas Llosa como la dictadura perfecta.
Pero algo ha cambiado desde esas fechas en donde la sociedad mexicana se indignaba, se asombraba o aplaudía por hechos que han acontecido desde siempre. Sabemos que la condición humana es capaz de cosas buenas, de actos de bondad y ayuda solidaria entre los hombres, pero también y desafortunadamente las más de las veces, es capaz de las peores atrocidades físicas, morales y éticas. Muchas veces hemos conocido de estos actos indecibles, inconcebibles pero que en la realidad suceden y hacen del mal una condición permanente entre los hombres.
La sociedad mexicana ha demostrado ser solidaria y ayudar al necesitado en momentos de grandes tragedias, de terribles desgracias. Lo hemos visto en los terremotos cuando muchos se vuelcan a las calles a tratar de salvar una vida a dar un auxilio al caído en desgracia, pero también somos testigos de cómo esa misma sociedad reacciona con indiferencia total ante terribles realidades que nos ha tocado vivir. La violencia, los homicidios, ahora leemos con incredulidad que incluso la leva por parte de las organizaciones criminales, se vuelven en un infierno para muchas comunidades alejadas de la mano de Dios y de la fuerza del Estado para llevar seguridad a sus habitantes. Esa indiferencia la toleramos y en ese silencio nos hacemos cómplices de la barbarie, del abuso de poder, del uso faccioso de las instituciones públicas para cumplir venganzas personales o rencillas del pasado que hay que ajustar a cualquier precio, lo que evidencia una total y absoluta falta de ética y conforma nuestra sumisión a la arbitrariedad y al abuso.
No debemos ser impasibles ante el sufrimiento del otro, no debemos guardar silencio ante atrocidades que son casi cotidianas, no debemos solapar conductas que lastiman los principios de convivencia pacífica y de seguridad pública que el Estado debe asegurar para todos sus gobernados. En México puede pasar de todo y reaccionamos de forma diferenciada, puede ser porque sabemos que el estado de derecho no es lo que nos distingue, que la violación de derechos humanos es conducta costumbrista, que la delincuencia gobierna y manda en una parte importante de nuestro territorio. Ahí no decimos nada, no nos manifestamos como la sociedad solidaria que somos, no exigimos del Gobierno respuestas concretas y eficientes.
Sería terrible que el autismo social continúe, que ante actos de barbarie no haya una condena, un reclamo justo y una condición en que la ética de la sociedad tenga por finalidad generar una verdadera vida humana, con lo mucho que esto implica y lo difícil que puede ser alcanzarlo. No hay respeto para asegurar un estándar mínimo de convivencia civilizada.
La transformación debe buscar esa respuesta en la que el hombre pueda vivir una vida digna, en paz y con opciones y oportunidades de desarrollo. Esta condición social no es algo nuevo, recuperemos ese sentido de admiración y dejemos de ser indiferentes ante los abusos, la desgracia y la desintegración social, nada bueno saldrá de continuar en esa ausencia de respuesta que permite que pase todo y nadie haga nada por impedirlo.
A ver hasta cuándo.
Por Carlos Román.