La pandemia que afecta al mundo ha tenido consecuencias terribles en el costo de vidas humanas, de segregación social, de generar una nueva forma de convivencia a distancia, y fundamentalmente el incremento en el número de pobres con las consecuencias que ello implica, particularmente en países como el nuestro.
La pobreza se traduce en rezagos y carencias en los servicios de salud, vivienda, alimentación, servicios públicos y, sobre todo, rezagos en la educación ya de por sí deficiente en México y particularmente la educación que proporciona el Estado. El sistema educativo mexicano no es de los más eficientes del mundo, la realidad de la
enfermedad nos ha marcado a todos y ha sacudido nuestras conciencias y nuestros corazones.
Debemos trabajar en superar la adversidad, lo qué significa poder realizar acciones para que las cosas mejoren, para que la vida educativa del país se restablezca, para que los niños puedan volver a jugar y reír y vivir como niños, estudiar como niños en las aulas, para que todos podamos volver a contar y vivir con esa proximidad perdida y
recuperar el tipo de vida que con cada “Ola” vemos alejarse más. Ahí también la educación y la conciencia social son esenciales.
Necesitamos mejorar la educación, invertir más en la educación, generar educación de excelencia, con ella podremos sin duda resolver de fondo y de manera radical muchos de nuestros males, como la corrupción, la inseguridad y la impunidad. Debemos exigir al Gobierno un compromiso firme y claro para resolver este dramático asunto.
Toda mi vida he dicho que la educación y los conocimientos que está genera para el hombre, son la enorme posibilidad de poder en verdad humanizarnos, mejorar nuestra convivencia social y apostar por construir un país fuerte y justo. La educación produce mejores ciudadanos, con plena conciencia de que la libertad se enriquece con las letras, que la conciencia se estructura por el conocimiento, porque una sociedad escolarizada difícilmente puede permitir la existencia de hechos tan terribles como la inseguridad lacerante que padecemos.
La educación nos hace dueños de nuestro destino y nos permite cambiar la realidad utilizando las herramientas de la razón, la inteligencia, la tolerancia y la aceptación de las diferencias que nos distinguen como especie. Por el conocimiento, el hombre es más dueño de sí mismo; por el conocimiento su libertad adquiere dimensiones
cualitativamente superiores en tanto que su conciencia le permite vivir una libertad y moralidad plena.
Uno de los problemas fundamentales de México es la carencia de la educación para muchos de sus habitantes. Esta carencia genera otro de los grandes, tal vez el más grande de nuestros problemas, el de falta de respeto a la ley. Un país con educación no puede tolerar, ni permitir que, en muchas ocasiones desde los mismos cuerpos
encargados de procurar justicia y seguridad, se produzcan violaciones reiteradas y sistemáticas a la ley, al estado de seguridad jurídica al que todos deberíamos tener acceso y ser parte no de un discurso manoseado, sino de una realidad vigorosa. Así de sencillo, educación y respeto a la ley van necesariamente de la mano, son esenciales para la convivencia en sociedad.
Debemos invertir en la educación, porque al hacerlo aseguramos nuestra libertad, que va desde el respeto a mi forma de pensar y expresarme, hasta poder caminar por una calle de mi barrio con la plena seguridad de que volveré sano y salvo a mi casa. La educación garantiza nuestro camino para poder construir un destino pleno, con
horizontes ciertos, con personas conviviendo en sus calles, en sus ciudades, en sus plazas.
Invertir en educación es invertir contra la pobreza, porque la educación genera tarde o temprano mejores empleos, mejores ciudadanos y mejor calidad de vida para todos.
Para terminar, afirmamos que con algún pequeño cambio a una excelente frase e idea fuerza de la campaña política del Presidente de México, podría desde la humilde opinión de quien esto escribe mejorarse de la siguiente forma: por el bien de todos, primero la educación para ayudar a los pobres.
Por Carlos Román.