La inteligencia artificial (IA) ha pasado de ser una promesa futurista a una realidad omnipresente en nuestro día a día, transformando industrias y prometiendo revolucionar el mundo tal como lo conocemos. Pero, ¿quién está realmente detrás de esta vertiginosa evolución? Lo que alguna vez comenzó como un ideal de desarrollo para el beneficio humano, con figuras como Elon Musk impulsando proyectos como OpenAI, parece haberse convertido en un complejo entramado donde los intereses económicos y el poder se concentran en pocas manos.

Musk, visionario como pocos, fue de los primeros en vislumbrar el enorme potencial de la IA a principios de 2010. Preocupado por que esta tecnología cayera en manos equivocadas, de corporaciones con fines de lucro, apoyó la creación de OpenAI en 2015 con una premisa clara: que sus decisiones no estuvieran dictadas por las ganancias de los accionistas, sino por el beneficio de la humanidad. ¡Ah, los buenos viejos tiempos! Avancemos a la actualidad y la historia es otra: OpenAI, que alguna vez fue un laboratorio sin fines de lucro, ahora tiene una rama lucrativa y está valorada en cientos de miles de millones de dólares. Mientras tanto, el propio Musk dirige su empresa de IA con fines de lucro, xAI. Esta es la realidad del oligopolio que el autor original de esta idea llama “The Blob”: un ecosistema de empresas interconectadas, ávidas de dinero, que controlan el pulso de la IA avanzada.

Este “Blob” no es un cártel tradicional, pero su funcionamiento es igualmente fascinante y, para algunos, preocupante. Piensen en un engranaje donde el dinero y los recursos giran en un ciclo constante. Un ejemplo reciente es el complejo acuerdo entre NVIDIA, Microsoft y Anthropic. Microsoft invierte miles de millones en Anthropic, quien a su vez se compromete a comprar servicios de la nube de Microsoft. Por su parte, NVIDIA invierte en Anthropic, que usará sus chips para desarrollar su tecnología. Es un baile de “yo te doy, tú me das” que asegura que los gigantes tecnológicos se conviertan, en palabras de Satya Nadella de Microsoft, en “clientes los unos de los otros”. Este modelo, apoyado incluso por gobiernos que parecen priorizar la velocidad sobre la seguridad, surge de los costos estratosféricos de construir y mantener la infraestructura de IA, lo que obliga a las compañías a establecer relaciones “poliamorosas” con proveedores de la nube y de chips.

La búsqueda de la IA a hiperescala demanda una inversión de capital gigantesca, transformando a los creadores de modelos de lenguaje en verdaderas empresas de infraestructura. Si bien la competencia entre desarrolladores de IA sigue siendo feroz –con Google presentando su nuevo Gemini y la carrera por la supremacía –, la interconexión de “The Blob” significa que si la burbuja financiera de la IA llegara a estallar, las repercusiones afectarían a todos por igual, como bien señaló Sundar Pichai de Google. ¿Estamos ante un futuro donde el progreso tecnológico esté dictado por un puñado de corporaciones y sus intrincados acuerdos? La próxima vez que uses una IA, pregúntate quién está detrás de esa “magia”.

Por Editor