a gas pipeline in the forest

El mapa energético de Europa está viviendo una transformación que ni el más imaginativo guionista de ciencia ficción hubiera podido prever hace apenas unos años. La Unión Europea se ha puesto la meta de desengancharse del gas ruso, una estrategia ambiciosa que busca fortalecer su autonomía y seguridad energética. Los antiguos ductos que una vez fueron la arteria vital entre Siberia y el corazón industrial del continente han quedado relegados, o en algunos casos, hasta dañados. Sin embargo, en medio de esta gran reconfiguración, emerge una situación inesperada que podría cambiar el rumbo de los próximos inviernos y poner a prueba la verdadera cohesión del bloque europeo. Es un drama energético con giros inesperados.

Desde la invasión de Ucrania en 2022 y la consecuente crisis energética, Bruselas ha echado la casa por la ventana para diversificar sus suministros. Países como Estados Unidos y Qatar se han vuelto aliados clave, proveyendo gas natural licuado (GNL), mientras que Noruega ha reafirmado su papel como un socio estable y confiable. La seguridad energética ahora depende más del mercado global del GNL y menos de los viejos enlaces terrestres. Este invierno de 2025 es el primero en décadas donde el gas ruso ya no es el jugador principal en la Unión Europea. La meta es clara: reducir a cero las importaciones para 2027. Pero, como en toda buena historia, hay dos protagonistas que no siguen el guion: Hungría y Eslovaquia, quienes han decidido mantener abierta la llave del suministro ruso.

Estos dos países han sido la excepción a la regla, manteniendo una dependencia notable del petróleo y gas de Moscú. En agosto de 2025, sus importaciones superaron los 690 millones de euros, una cifra que destaca en el panorama europeo. Argumentan que su economía sufriría un golpe “suicida” sin estos flujos, pero muchos expertos y analistas desmontan rápidamente esa idea. Países vecinos sin litoral, como Austria o la República Checa, han reducido sus compras rusas drásticamente, demostrando que existen alternativas. El oleoducto Adria, por ejemplo, podría abastecerles. Las interconexiones de gas y la creciente disponibilidad de GNL sugieren que su negativa es más política que técnica. Compañías como MOL en Hungría, cercana al gobierno, han obtenido jugosas ganancias, beneficiando así a la empresa y al presupuesto estatal.

Lo más sorprendente de todo es que, lejos de cortar los lazos heredados de la Guerra Fría, Hungría y Eslovaquia están apostando por nuevas conexiones. A través del TurkStream, una ruta que se adentra desde Turquía hacia Europa Central cruzando el Mar Negro, estos dos países están consolidando un vínculo directo con Moscú. Esto es precisamente lo contrario a la estrategia de aislamiento que busca la Unión Europea. En un giro irónico, se están convirtiendo en el principal corredor ruso hacia el corazón de la UE, creando un puente energético en lugar de derribarlo. La UE se encuentra en una encrucijada, prometiendo poner fin a las importaciones rusas en solo dos años, mientras tolera excepciones que le dan esperanza a Moscú y refuerzan una dependencia que se quería eliminar. La decisión parece ser menos sobre logística y más sobre política y beneficios a corto plazo, creando una grieta en el muro de contención europeo.

Por Editor