A veces, la tecnología más sofisticada puede verse derrotada por algo tan simple como el hielo. Eso fue precisamente lo que le ocurrió a un F-35A de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en enero de 2025, cuando un problema aparentemente menor desencadenó una cadena de eventos que terminó con la pérdida de un avión valuado en 196.5 millones de dólares. Este incidente, ocurrido en la base de Eielson, Alaska, ha puesto bajo los reflectores una vulnerabilidad crítica en el caza de quinta generación: su sensibilidad a las condiciones climáticas extremas y la forma en que su software interpreta—o malinterpreta—las señales del mundo real.

El accidente comenzó con la congelación de fluido hidráulico contaminado con agua en los amortiguadores del tren de aterrizaje. Este bloqueo de hielo impidió que los puntales se extendieran completamente después del despegue, lo que llevó a los sensores de peso sobre ruedas (conocidos como WoW) a creer erróneamente que el avión ya estaba en tierra. Esta falsa señal activó automáticamente el modo de control ‘on-ground’ en pleno vuelo, reduciendo drásticamente la capacidad de maniobra del piloto. Durante casi una hora, el aviador identificado en el informe como ‘MP’ intentó reactivar el sistema mediante maniobras de ‘touch-and-go’, consultando por radio con ingenieros de Lockheed Martin y supervisores de vuelo. Sin embargo, el hielo también bloqueó los trenes principales, y en el segundo intento, los sensores confirmaron la falsa lectura de que la aeronave había aterrizado, desencadenando el cambio irreversible al modo terrestre.

La investigación posterior reveló que el problema no era meramente técnico, sino también de mantenimiento: la contaminación por agua en los fluidos hidráulicos derivó de una gestión deficiente de materiales peligrosos y del incumplimiento de protocolos de servicio. Lockheed Martin ya había advertido en boletines anteriores sobre la vulnerabilidad de los sensores WoW en condiciones de frío extremo, pero estas advertencias no fueron suficientes para prevenir el accidente. El informe subrayó que, con la información disponible durante la emergencia, la opción más segura habría sido ordenar un aterrizaje inmediato o una eyección controlada, en lugar de arriesgarse a un segundo intento de maniobra. Afortunadamente, el piloto logró eyectarse justo antes de que el caza entrara en pérdida y cayera en picado, sobreviviendo con heridas leves.

Este incidente trasciende lo anecdótico y ofrece lecciones cruciales sobre los desafíos de operar tecnología de punta en entornos hostiles. No solo resalta la necesidad de reforzar los protocolos de mantenimiento y la supervisión de fluidos, sino que también plantea preguntas fundamentales sobre el equilibrio entre la automatización y el control humano en sistemas críticos. La dependencia del F-35 de algoritmos y sensores lo hace vulnerable a emergencias imprevistas donde el software puede ser ‘engañado’ por condiciones ambientales. Para futuros operadores en climas fríos, como Canadá y Finlandia, este caso sirve como una advertencia: la sofisticación tecnológica debe ir acompañada de resiliencia y adaptabilidad, porque hasta el caza más avanzado puede tener un punto débil expuesto por algo tan elemental como el hielo.

Por Editor