La pertenencia a un grupo, ya sea una nación, partido o causa, frecuentemente se valora como un elemento esencial de nuestra identidad. Sin embargo, esta adhesión no está exenta de sacrificios invisibles que muchas veces pasamos por alto. Aunque la sensación de seguridad y cohesión nos ofrece un refugio, a menudo exige un precio: ¿qué tanto estamos dispuestos a renunciar para mantenernos dentro? En situaciones complejas, la seguridad se convierte en una herramienta de poder, justificada por el temor, dejando de lado hechos y contextos cruciales.
En circunstancias extremas, como en el caso de las medidas de seguridad en Washington DC bajo la administración de Donald Trump o las políticas de Nayib Bukele en El Salvador, el miedo toma el protagonismo. Estas decisiones generan un entorno donde el miedo suprime el debate y la excepción se normaliza. En nombre de una supuesta seguridad, se aceptan límites a la autonomía local y a los derechos más fundamentales, creando divisiones y reforzando prejuicios.
A nivel internacional, esta lógica de pertenencia también se vuelve evidente en situaciones de conflicto. La narrativa del ‘nosotros’ y ‘ellos’ se aplica con frecuencia para justificar acciones que distan de los ideales de derechos humanos. El caso de Gaza resalta cómo las alianzas y las razones de Estado a menudo pesan más que el derecho internacional humanitario, diluyendo las respuestas públicas y diplomáticas en un lenguaje vago y permisivo.
El cierre de este análisis nos invita a reflexionar sobre el papel que juegan la esperanza y el consumo en nuestras sociedades actuales. El filósofo Bung-Chul Han alerta que hemos sustituido la esperanza, que abre caminos y ofrece horizontes, por un consumo absolutizado que nos mantiene atrapados en un presente sin proyección al futuro. En ese contexto, recordar dónde trazar la línea del ‘hasta aquí’ es crucial. La verdadera libertad radica no en pertenecer ciegamente, sino en tener la lucidez y el coraje de rechazar la injusticia cuando pertenencia, seguridad o consumo se transforman en excusas.
Es momento de repensar qué tipo de sociedad queremos construir, dejando de lado el miedo que paraliza para dar lugar a una esperanza que promueva un cambio significativo, sustentado en justicia y reconocimiento mutuo.