¿Quién pensaría que unos tiernos peluches podrían causar tanto revuelo en las redes sociales? Los Labubus, encantadores muñecos de ojos saltones y sonrisas traviesas, se han encontrado en el centro de una teoría de conspiración fascinante y, para muchos, completamente inesperada. Algunos usuarios en línea están asegurando que estos juguetes están relacionados con Pazuzu, un antiguo diablo de Mesopotamia. Esta comparación ha incitado reacciones diversas, desde la incredulidad hasta acciones extremas como quemar los muñecos.

La historia detrás de los Labubus es, en realidad, bastante encantadora. Fueron creados en 2015 por Kasing Lung, un artista de Hong Kong, como parte de la serie “The Monsters”. Los diseños de Lung, inspirados en cuentos de hadas del norte de Europa y Escandinavia, llevaron a los Labubus a convertirse en un fenómeno comercial. Lejos de ser criaturas peligrosas, las descripciones oficiales de la empresa Pop Mart, que comercializa los juguetes, los etiquetan como optimistas y bondadosos.

Pazuzu, por otro lado, es una figura que aparece en diversas representaciones artísticas antiguas, a menudo con un aspecto intimidante. Sin embargo, en su tiempo, Pazuzu era considerado un protector contra otros demonios. La ironía aquí es notable, considerando que algunas personas ahora los ven como una amenaza en forma de peluche. Las redes sociales han actuado como catalizador de esta teoría bizarra, donde videos y fotos de personas destruyendo a los Labubus han captado la atención de miles. Pero, ¿es esta asociación realmente justa o está más alimentada por la paranoia y el miedo?

Así, surge la pregunta: ¿qué motiva a la gente a entrelazar mitos antiguos con productos modernos? Este tipo de teorías no son nuevas; hemos visto antes cómo personajes de videojuegos y canciones pop se han visto involucrados en narrativas similares. Lo que sí es novedoso, es el contexto digital que permite que estas creencias se propaguen más rápido que nunca. Al final, el verdadero misterio parece residir no tanto en los Labubus mismos, sino en nuestra capacidad colectiva para encontrar conexiones en los lugares más inesperados.

Por Editor