En el corazón de la medicina moderna, el plástico se ha convertido en un aliado indispensable para salvar vidas, pero también en un enemigo silencioso para nuestro planeta. Jimena Ayala, una médica que trabajó en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales en la Ciudad de México, vivió en primera persona esta paradoja. Cada día, rodeada de sondas, guantes y jeringas, se preguntaba hasta qué punto los instrumentos que salvaban vidas podrían estar contribuyendo a un problema mayor. El plástico médico, lejos de ser inocuo, contiene sustancias como el DEHP, un aditivo que puede ser cancerígeno y disruptor endócrino, especialmente peligroso para los bebés prematuros. Esta realidad ha llevado a Jimena y a muchos otros a cuestionar el modelo actual de atención médica, buscando un equilibrio entre la salud humana y la ambiental.
El sector salud se encuentra en una encrucijada. Por un lado, la necesidad de garantizar la bioseguridad y la eficiencia en los tratamientos; por el otro, la urgencia de reducir la huella ambiental de sus prácticas. Estudios recientes muestran que alternativas como los instrumentos quirúrgicos híbridos pueden reducir significativamente las emisiones de CO2 sin comprometer la seguridad del paciente. Además, organizaciones como la OMS y la FDA respaldan el reprocesamiento de dispositivos médicos bajo estrictos protocolos. Sin embargo, la falta de directrices ambientales claras y la priorización de costos inmediatos sobre la sostenibilidad frenan la adopción de estas prácticas. El desafío no es solo técnico, sino también político, requiriendo regulaciones que impulsen materiales sostenibles y sancionen las prácticas contaminantes.
La crisis del plástico en la medicina es un reflejo de un problema global que requiere soluciones colectivas. El Tratado Global sobre Plásticos representa una oportunidad para incluir al sector salud en la lucha contra la contaminación, pero su éxito dependerá de la voluntad política de los países para adoptar compromisos ambiciosos y vinculantes. Mientras tanto, historias como la de Jimena nos recuerdan que cada guante desechado, cada sonda utilizada, tiene un costo no solo económico, sino ambiental y humano. La pregunta no es si podemos prescindir del plástico en la medicina, sino cómo podemos usarlo de manera más responsable y sostenible para no tener que elegir entre curar o contaminar.