Ante la realidad que está viviendo el mundo, el título de este articulo parecería obsoleto, porque la democracia, en su esencia, es un sistema que busca equilibrar los derechos individuales con el bienestar colectivo. Dentro de este delicado balance, existen tres valores fundamentales: la libertad, la seguridad y la igualdad. Estos conceptos, aunque en ocasiones parecen ser discusión de una clase de teoría del estado, son esenciales para el funcionamiento de cualquier sociedad democrática. Juntos, forman la base de una convivencia pacífica y justa.

La libertad es el motor que impulsa a la humanidad a crear y a participar, el derecho a disentir y la posibilidad de desarrollar proyectos de vida según nuestras convicciones. La libertad es la posibilidad de ir de la cuna a la tumba como mejor nos plazca. En una democracia, la libertad no se reduce únicamente al acto de votar; se extiende al libre ejercicio de la expresión, a la libertad de prensa, de religión, de asociación y de elección de nuestros representantes, entre otros. La esencia misma de la democracia radica en la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones autónomas sobre sus vidas, sin el temor de la opresión o la censura por parte del Estado.

Sin embargo, es importante destacar que la libertad en una democracia no es absoluta. Se encuentra limitada por la necesidad de garantizar el respeto a los derechos de los demás. Aquí es donde entra en juego el concepto de responsabilidad social, pues la libertad individual debe estar en armonía con el bienestar colectivo.

La seguridad es el valor que garantiza que esa libertad pueda ejercerse sin miedo ni amenazas. En una sociedad donde imperan la violencia, el crimen o la inestabilidad, la libertad se convierte en una ilusión. No se puede hablar de democracia cuando los ciudadanos viven bajo el constante temor de ser víctimas de actos de violencia, corrupción o impunidad. La seguridad, en este sentido, no solo se refiere a la protección física, sino también a la protección jurídica y económica.

La seguridad es lo que permite que los individuos confíen en las instituciones y en el Estado de derecho. Cuando un sistema judicial funciona correctamente, los ciudadanos pueden acudir a él para hacer valer sus derechos. Cuando las fuerzas de seguridad están al servicio de la ley, la violencia se reduce, y la paz social se mantiene.

La igualdad, por su parte, es la columna vertebral que sostiene una democracia verdaderamente inclusiva. Sin igualdad, la libertad y la seguridad se vuelven privilegios reservados para unos pocos. La igualdad implica que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y oportunidades, sin importar su origen, género, raza o condición económica. Significa que el Estado debe velar por que no existan desigualdades estructurales que marginen a ciertos sectores de la población, creando ciudadanos de primera, segunda y hasta de tercera o ulterior clase.

El gran reto de cualquier democracia es encontrar el punto medio entre libertad, seguridad e igualdad. Si un gobierno opta por priorizar la libertad sin atender la seguridad ni la igualdad, corre el riesgo de fomentar un caos donde solo los más poderosos pueden ejercer sus derechos. En contraste, si se privilegia la igualdad  en detrimento de la libertad y la seguridad, se corre el peligro de caer en el autoritarismo. Por último, si no se promueve la igualdad, se perpetúan las injusticias y la exclusión social. Libertad, seguridad e igualdad son tres pilares inseparables de la democracia. No puede haber libertad sin seguridad, y no puede haber verdadera seguridad sin libertad. De la misma manera, sin igualdad, estos valores pierden su sentido y se convierten en privilegios de muy pocos.

Por Carlos Román

Por Editor

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