Los acontecimientos relacionados con la captura y/o entrega de “El Mayo” Zambada y Joaquín Guzmán López presagian un futuro pesimista para la gravísima crisis de seguridad pública que enfrentamos los mexicanos. Al margen de si fueron los “gringos” y las autoridades mexicanas no se enteraron, lo cierto es que estos hechos dejaron mal parado al gobierno de México en la percepción de colaboración con nuestro vecino del norte. La confianza es nula.
Por otro lado, las guerras y purgas entre bandas criminales después de la caída de un gran capo, o dos, contribuyen a que se incremente la violencia. Cada semana se reportan, como una fría estadística, cientos de homicidios que no se tienen ni en países con conflictos armados como Ucrania o Gaza, lo que nos pinta un escenario nada alentador. Los cuerpos se amontonan y, con esa realidad, vemos cómo las estrategias de los gobiernos pasados y presentes para erradicar o al menos controlar el problema han fallado. Sus excusas son pretextos infantiles que han encubierto su incapacidad e ineficiencia. Mientras tanto, la cifra de homicidios sigue creciendo.
Cada vez que hay un reajuste en un cártel importante, los grupos criminales se pulverizan y surgen nuevos liderazgos, más violentos y sanguinarios que antes, y usan el terror para mantenerse en ese medio complejo del crimen. En ese inframundo, hay algo que ha sido y sigue siendo el origen de estos y de todos nuestros males: la corrupción que todo lo envuelve.
Es falso el refrán popular de que “la corrupción somos todos”. Más falso aún es quien, pañuelo blanco en mano, dice que “se acabó la corrupción”. Nos guste o no, la corrupción sigue ahí y la pagamos todos; sus costos son altísimos.
Es posible que nunca nos enteremos de la forma y los detalles de la captura o entrega a las autoridades americanas de esos dos grandes capos. Sin embargo, es ingenuo pensar que nuestros vecinos solo se quedarían mirando y con discursos reprochando la nula colaboración de las autoridades mexicanas en este tema.
La corrupción es uno de nuestros grandes pecados públicos. La corrupción está presente en todas las fiscalías, en muchos juzgados, en el cobro de piso y en el trasiego de drogas. Está en todos lados. El camino para detener y aniquilar este mal social es largo y sinuoso. Sin lugar a dudas, el retroceso en nuestra vida democrática es un factor que la alienta y encubre. Nuestras instituciones vuelven a ser propiedad del presidente. Perdida la posibilidad de la alternancia para las próximas décadas, no será tarea fácil erradicar la corrupción.
Son miles de muertos por el fentanilo en Estados Unidos; pensar que no tendrá consecuencias es ingenuo. Lo han venido diciendo y anunciando. Ante la falta de información, para nuestro gobierno ahora es el tiempo del discurso patriotero, de culpar al imperio de todos nuestros males, de que en ese país está el consumo y, al existir demanda, la oferta siempre encuentra su camino.
Debemos estar conscientes de que la operación contra “El Mayo” Zambada y el “Chapito” es solo la primera de muchas más. Ya vimos que en México todo es posible, pero en este tema caminamos sobre terreno minado y seguimos viendo cómo la corrupción, que toca todos los órdenes de nuestra vida económica y política, se impone ante la necesidad inminente de contener el problema del narco y la violencia que genera. Quiero ver con qué sale la FGR en este tema. Repito: en el problema de nuestra deteriorada seguridad pública, el nacionalismo es un lujo de ricos, y la gran mayoría en este país no lo somos.