Cuando llegas a una edad en la que “nada es como antes” tu vida cambia para pasar a una etapa que veías lejana y nunca pensaste que te tocaría sortear, o al menos, no era algo de que preocuparse en el pasado. Pero el paso del tiempo es inclemente: fatal. Con el tiempo los cambios en nuestro cuerpo se hacen presentes. De repente, algún dolor, alguna enfermedad, alguna disminución física, nos lleva a cambiar hábitos y a tener cuidados que antes ni imaginábamos que deberíamos guardar. Es como un golpe de realidad que nos anuncia nuestra fragilidad, para recordar que nuestro paso por este mundo tiene término, uno que se cumplirá sí o sí.
De repente te empiezan a pasar cosas que no te explicas, o que no te las quieres explicar porque pensabas que eras inmortal. Sufres afecciones que te llevan a sentir dolor. Dolor físico que paraliza, que te postra y te preguntas si es castigo de Dios, o solo las consecuencias del abuso de muchos años por llevar una vida displicente. Se que muchos dirán que es peor el dolor que causa un amor contrariado, pero si tuvieran un problema del nervio ciático, podrían comprobar que a pesar de lo dicho por Gabriel Garcia Márquez, la ciática duele mucho más. Yo creo que el Premio Nobel nunca tuvo ciática, porque en su prosa, hubiera descrito con genialidad este dolor, como insalvable.
Llevo diez días soportando un dolor que no se lo deseo ni a mi más distinguido malqueriente. Es un dolor que en verdad te hace sufrir. Es prueba de nuestra fragilidad y de que nuestra vida no es eterna. La medicina no ha podido ganarle a la ciática la partida contra el dolor. Al menos en mi caso no hay analgésico que sirva. El dolor paraliza, el dolor incapacita, el dolor es sufrimiento que nos acerca a la presencia o a la ausencia de Dios.
La medicina de nuestro tiempo ha tenido descubrimientos increíbles. Cada día se encuentran remedios para enfermedades que antes eran incurables. Pero todavía la medicina no lo cura todo.
El avance en la ciencia médica nos ha permitido tener una más larga y mejor vida. Aunque nuestras autoridades de salud se empeñen en disminuir las expectativas de vida de los mexicanos, como ocurrió en la pésima gestión de la pandemia de COVID 19 en México. A veces nos olvidamos de que la muerte es un hecho natural. El ciclo final de la vida. Pero cuando esas muertes se pudieron evitar y por la negligencia o incapacidad profesional del encargado de cuidarnos, en lugar de tomar decisiones serias, se dedica a decir que el presidente “no es una fuerza de contagio, sino una fuerza moral”, y en esas palabras sin sentido terminan muriendo más de trescientos mil mexicanos que no debieron morir, es necesario y urgente que por esa negligencia criminal, un acto de cinismo y corrupción, los responsables deban pagar por su incapacidad. Lopez Gatell es solo un empleado lambiscón del Presidente, sin ética, que mató indirectamente por su falta de capacidad, a cientos de miles que no debieron morir. La historia lo juzgará, pero también debe hacerlo la justicia.
El COVID en México se manejó mal, se informó mal a la población, se evitó dar prioridad a la vacunación y a la atención médica. Las precauciones para que los médicos y enfermeras evitaran el contagio, falló, como falló todo. Miles de ellos murieron. Esa pandemia, evidenció el riesgo de preferir la lealtad a la capacidad, más aún en áreas en donde el conocimiento y la experiencia pueden significar la diferencia entre la vida o la muerte. Ya lo vivimos. No lo olvidemos.
Y regresando a mi ciática, espero que pronto se invente una vacuna contra el dolor, porque sería un gran avance de la medicina poder erradicarlo. Por lo pronto tengo segura una cita con el cirujano.
Por Carlos Román.