Como cada cuatro años, con el mundial de futbol la esperanza colectiva renace. Millones de mexicanos se aferran al sueño del triunfo, al sueño del campeonato que nunca se ha logrado. Quedaba el consuelo de ver a la selección nacional de fútbol no hacer el ridículo y, por lo menos, ser eliminada con pundonor en cada mundial. El éxito total para la afición es llegar al quinto partido, pero como maldición siempre se ha negado y parece que nuevamente sucederá. El cuarto partido era ya un gran avance, porque hace años, siempre nos eliminaban a la primera, con goleadas de vergüenza y bajo el estigma de los ratones verdes, que era una actitud que no solo definía a los jugadores, sino a muchos otros sectores que no se tenían la confianza suficiente para superar las dificultades y encarar los retos.
Terminábamos en los últimos lugares de la lista mundialista. Siempre había un responsable al que culpar, el entrenador, el árbitro o Televisa, esta última era o es todavía el poder tras el trono en ese negocio. Por eso en lo personal, no me gusta el futbol, las decepciones futboleras en mi adolescencia cambiaron mis preferencias deportivas. Sin embargo, no dejo de reconocer el gran asidero que representa este deporte hoy en día para una sociedad que poco tiene que celebrar.
Símbolo de una nueva mexicanidad, la selección nacional representa el equipo del pueblo, es el equipo de todos. Desde los aspiracionistas que se endeudan por los próximos cuatro años para apoyar a la selección, hasta los fifís y señoritingos que compiten con los jeques árabes, en eso de demostrar su glamoroso estilo de vida. Ya sea en Rusia, Brasil o Qatar, a donde sea la sede, miles de mexicanos viajan para estar con su selección, lo demás no importa. Millones se conforman con no perder detalle de las transmisiones televisivas o radiofónicas de cada partido y cuando juega México, el País se paraliza. En cada ciudad, municipio y ranchería el futbol es el deporte del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Los otros deportes, por más que los promuevan, serán siempre minorías y modas sexenales.
Un lance del portero Ochoa, paró en seco una tragedia nacional. Argentina nos colocó nuevamente unos días después en nuestra amarga realidad futbolera. El desempeño de la selección significa la felicidad o la tragedia. Esta vez, parece que será aciago el resultado, salvo que un milagro, que por cierto no se nos han dado en los mundiales, modifique el mal resultado que parece inminente. Es tan importante en el ánimo social el futbol mexicano, que si a la selección nacional le va bien, el gobierno puede estar tranquilo y viceversa.
Los seguidores de la selección son miles. Le dan a los estadios mundialistas pasión y una que otra consigna y gritos un tanto cuestionables, que han logrado llamar la atención y dejar un ánimo festivo, que hacen olvidar los serios problemas cotidianos, al menos por unas horas. En Qatar, los malos resultados de la selección no están ayudando a que esa alegría se desborde.
Fenómeno social inigualable, casi religioso por la devoción que provoca este equipo sagrado para muchos, que anhela vencer porterías, quebrantar las defensas de todos los países y gritar por el gol que no llega y desde hace mucho se les niega. Como los toreros, antes de cada lance o en este caso partido, a pesar de que se le ruega a Dios, a la virgen de Guadalupe y a los santos y patronos de cada pueblo, que el triunfo los socorra, aparece Messi o Batistuta y en dos patadas, cambian alegría por frustración, sin importar promesas y oraciones, mandas y penitencias. Ojalá que esta nueva devoción no sea inútil. Ojalá que contra Arabia el triunfo alegre a miles y miles de corazones. Puede ser el último partido y en cuatro años renacer la ilusión. A ver que dicen los rivales.
Otra vez, la esperanza muere al último.
Por Carlos Román.