La riqueza no es mala. Lo malo es la forma en que a veces se obtiene. Para aquellos
que la vida es dinero, solo dinero y nada más que dinero, nunca podrán entender que
además del dinero, en la vida existen otros temas, otros datos como diría el clásico.
Los principios, el honor y un buen nombre no se compran con dinero, aunque haya
quienes piensan que todo tiene un precio. Pero esa idolatría por el dinero nos ha
llevado incluso a vivir en el lado oscuro, en el silencio de Dios que es el vacío y el
abandono.
La promesa de Moisés a su pueblo de subir al Monte Sinaí por la ley de Dios no fue
suficiente para que su gente lo esperara. Moisés los encontró después de su entrevista
con Dios, practicando todos los excesos posibles y adorando al becerro de oro, que
hoy sería la devoción al dinero, por el afán de atesorarlo, de tenerlo y si eso requiere
hacer lo que sea, no importa, el fin lo justifica todo. Por dinero Caín mató a Abel y lo
mató porque al nacer Abel, le quitó a su hermano la atención, lo obligó a compartir.
Caín significa tener, poseer. Ahí es que inicia la historia de la humanidad y con ella, esa
carnicería que siempre nos ha caracterizado como barbaros para saciar nuestra
ambición.
Veamos las historias de horror no de hace cien o mil años, sino de la semana pasada.
Un perro que lleva en el hocico una cabeza humana nos describe de cuerpo completo y
desnuda toda nuestra triste realidad. La ambición por el dinero hace eso posible, como
ha hecho posible guerras y violencia para que unos cuantos lo tengan todo y casi todos
nada o casi nada. El patológico amor al dinero es una prueba clara de la mezquindad y
egoísmo de la condición de los hombres.
Nuestra libertad, la hemos utilizado para cometer crímenes de una magnitud
horripilante.
Triste panorama el de México. La violencia y el desamparo convierten la vida en
sobrevivencia; donde nadie hace nada, ni el gobierno, ni la sociedad, ni mucho menos
los muy pocos, unos cuantos que tienen la mayoría de la riqueza del país.
Para todos aquellos que mediante el uso del poder trasgreden la ley y con ello afectan
la libertad del otro, al que deberían proteger, merecen la ira de Dios además de la
condena y el castigo de la ley de los hombres.
Hemos perdido muchos valores. Hemos perdido el respeto por la vida. Hemos incluso
perdido el temor de Dios. Hay a quienes solo les queda el becerro de oro para
arrodillarse, porque muchos lo ven como el único Dios, omnipresente y atemporal. Esa
es la condición humana, al menos esa es la condición de la sociedad mexicana,
impávida y amorcillada mientras pasa todo, incluso la pérdida de nuestra libertad.
Transitorio.- Otro acto despreciable lo es sin duda, la violación del cuarto
mandamiento de la Ley de Dios. Deshonrar a los padres, denunciarlos por dinero,
manchar el nombre de una familia con argumentos falsos e interesados, es una
abominación, que sin duda merece el castigo del dios furioso del antiguo testamento
que aniquila con el fuego y que extingue con el agua la mentira y el pecado.
Por Carlos Román.