Los partidos políticos ejercieron un presupuesto público para el presente año 2021 por la cantidad de 7,159 millones de pesos, que incluye su participación en las recientes elecciones intermedias. El presupuesto para los partidos políticos propuesto para 2022, sin una elección nacional y solo algunas locales, es por 5,821 millones de pesos, una cantidad enorme de dinero que alcanza para comprar muy pocas ideas y poca, muy poca representación de la sociedad mexicana en ellos.
Cuánto dinero proveniente de los contribuyentes se destina a todos los partidos políticos incluidos los que no están en el gobierno y ni con esas cantidades son capaces de construir una oposición presentable y ya no digamos seria. Una oposición que por lo menos tenga un par de ideas para poder establecer un debate, una propuesta articulada de alternativa para el desarrollo del país y una estructura que signifique un freno, o por lo menos buscar un consenso para que las transformaciones que se están suscitando en México, no sean producto de una imposición unilateral o de un partido que busca establecer un estado de bienestar mediante el asistencialismo. Es muy difícil que ese esquema prospere cuando producto de una pandemia, estamos inmersos en una fuerte crisis económica que evidencia una ausencia importante de inversión, generada por un discurso que confronta con el Gobierno a quiénes pueden invertir, de aquí o de afuera, y así se limita o pierde la posibilidad de generar empleo y crecimiento económico.
Cuando un partido político se basa en una figura carismática qué pretende ser el único interlocutor entre el poder y la voluntad del pueblo; cuando no hay un debate serio en donde se ponga al hombre como principio y fin de toda política pública y me refiero al hombre no en su individualidad sino como ente colectivo, como sociedad. Cuando los partidos políticos no sirven para articular esta comunicación entre todos los sectores de la sociedad, la experiencia ha demostrado que una clase política en crisis como la nuestra va a perder cada día más su posibilidad de contar con una representación seria que le permita generar proyectos y plataformas de gobierno, de generar una oposición inteligente con propuestas viables y con personas capaces de defenderlas.
Un partido sin ideas, sin estructura y sin cuadros capacitados, pronto quedará vacío; perderá su identidad e ideología para buscar en el pragmatismo los espacios que la inteligencia y en debate político no le pudieron dar. Por eso hay tantos chapulines, por eso se cambia de partido como de corbata, no hay un verdadero compromiso con un ideario, con una lucha política que aglutine y nos identifique por pensar lo mismo, por querer lo mismo, por luchar por lo mismo, solo el poder al precio que sea, contra lo que sea y a pesar de lo que sea.
Debemos replantearnos otra forma de financiar a los partidos políticos, mantenerlos nos cuesta mucho, por qué mejor no se invierte ese dinero siempre escaso, para que haya un abasto de medicamentos suficiente para la población, que exista una mejor y más eficiente y expedita procuración e impartición de justicia, que haya más apoyos para el campo, para las empresas y para los trabajadores, de todas formas lo que se dijo para justificar lo que se pretendía evitar con el financiamiento público para los partidos políticos, que era la compra de voluntades por parte de grupos de la delincuencia organizada o de la oligarquía que corrompe lo que sea necesario para obtener grandes beneficios, no ha desaparecido y ahí están los casos que hoy vemos tan vigentes como antes, tan presentes como siempre y tan difíciles de superar mientras los ciudadanos continuemos soportando estas cargas tan injustas, tan improductivas, tan dañinas para México.
Que se haga política con principios, con ideas, con la finalidad de cambiar las cosas y de hacerlas mejores, no comprando y no financiando la ineptitud y la ineficiencia política de los partidos, que repito, no son capaces ni siquiera de estructurar una oposición presentable.
Ya veremos hasta dónde la sociedad aguanta esta carga.
Por Carlos Román.