En el mundo de la defensa estratégica, pocas armas han generado tanta expectación y temor como el misil balístico intercontinental RS-28 Sarmat, apodado ‘Satan II’ por Occidente. Diseñado para ser la joya de la corona del arsenal nuclear ruso, este coloso prometía alcanzar objetivos a más de 18,000 kilómetros, transportando hasta 10 ojivas nucleares. Sin embargo, la realidad parece empeñarse en desmentir la retórica. La semana pasada, durante una prueba en la estepa meridional de Rusia, un misil que los analistas identifican como el Sarmat protagonizó un espectacular fracaso. Ni siquiera logró elevarse 1,200 metros antes de desviarse, dar una voltereta y estrellarse cerca de su silo de lanzamiento, dejando un cráter y una nube tóxica como mudo testimonio.

Las imágenes, difundidas en redes sociales, muestran un lanzamiento que salió mal desde el primer momento. Expertos como Pavel Podvig, del Instituto de las Naciones Unidas de Investigación sobre el Desarme, sugieren que la expulsión de un componente antes del impacto podría ser parte de un sistema de rescate de la carga útil. Pero lo innegable es el patrón de fallos. Este incidente se suma a una serie de contratiempos, incluyendo una catastrófica explosión el año pasado que destruyó una base de lanzamiento en el norte de Rusia. Etienne Marcuz, analista de la Fundación para la Investigación Estratégica, señala que el silo utilizado en Dombarovsky fue renovado urgentemente en 2025, probablemente para adaptarlo a pruebas del Sarmat tras aquel desastre. ‘Si este es realmente otro fallo del Sarmat’, escribe Marcuz, ‘sería muy perjudicial para el futuro a medio plazo de la disuasión rusa’.

Este fracaso pone en evidencia las tensiones dentro del programa de modernización nuclear de Rusia. Mientras el Kremlin destina ingentes recursos a la guerra en Ucrania, proyectos emblemáticos como el Sarmat parecen estancarse. El misil debía reemplazar a los antiguos R-36M2, de fabricación ucraniana, cuya mantención es ahora incierta. Dmitry Stefanovich, investigador radicado en Moscú, llegó a sugerir en redes sociales que ‘Sarmat merece ser cancelada’. La pregunta que flota en el aire es clara: ¿Rusia persistirá con este gigante problemático o optará por misiles más pequeños y probados? Mientras tanto, la Fuerza Aérea de EE. UU. monitoreaba la prueba desde Alaska, recordando que en el juego geopolítico, cada fallo es observado con lupa.

En un contexto donde Vladímir Putin ha calificado al Sarmat como un ‘arma verdaderamente única’ para disuadir amenazas, estos contratiempos no son meros incidentes técnicos. Son síntomas de un programa que lucha por cumplir sus promesas en medio de prioridades conflictivas. La disuasión nuclear se basa en la credibilidad, y cada bola de fuego en la estepa erosiona un poco esa imagen de poder invencible. Quizás el verdadero desafío para Rusia no sea solo hacer volar un misil, sino reconciliar sus ambiciones estratégicas con una realidad industrial y logística que muestra signos de fatiga. Al final, la tecnología más avanzada puede resultar inútil si no logra despegar del suelo.

Por Editor