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¿Alguna vez te has sentido abrumado por el torrente de perfección y superación personal que inunda tu feed de LinkedIn? No eres el único. Lo que antes era una plataforma para conectar profesionales y buscar nuevas oportunidades, parece haberse transformado en un escaparate de vidas ideales, donde la tragedia se disfraza de lección motivacional y los “gurús” prometen un nirvana laboral que suena demasiado bueno para ser cierto. Desde posts virales que anuncian el fin del trabajo tradicional hasta historias conmovedoras sobre cómo la muerte de una mascota te convierte en un mejor líder, esta “secta azul” de LinkedIn nos invita a competir no solo en productividad, sino en vulnerabilidad. Pero, ¿es todo este optimismo una realidad o una ilusión cuidadosamente construida?

La plataforma está llena de profetas y sermones modernos. Piensa en esos ‘coaches’ con aros de luz que se autoproclaman gurús, o en los posts kilométricos, con tipografías extravagantes y un uso excesivo de emojis que leemos como parábolas empresariales con moraleja obligada. Los posts más exitosos no son los que celebran un ascenso genuino, sino aquellos que convierten cualquier revés —un despido, una depresión, incluso la pérdida de un ser querido— en una “oportunidad de resiliencia” o un “renacimiento emprendedor”. El algoritmo, ese juez invisible, premia la lágrima empaquetada como producto premium, la vulnerabilidad monetizada. LinkedIn, sin que nos demos cuenta, se ha vuelto para la vida profesional lo que Instagram fue para la imagen corporal: un escaparate de lo imposible, donde siempre hay alguien más productivo, más resiliente y con una historia más inspiradora para vender. Esta constante comparación genera una ansiedad laboral y vital, la sensación de que nunca hacemos lo suficiente.

Detrás de esta narrativa de éxito individual, la realidad es otra. El evangelio líquido del “sé tu propio jefe” choca de frente con los datos. Estudios recientes de la Comisión Europea revelan que el trabajo vía plataformas sigue siendo minoritario en Europa, y lo más preocupante: la mayoría de estos trabajadores carece de cobertura social básica en caso de desempleo, enfermedad o accidentes laborales. Las historias del ‘recolector de setas’ que factura una fortuna son la excepción, no la regla. Mientras los “gurús” predican el destino freelance, organismos como la OIT y la Unión Europea luchan por establecer marcos regulatorios que garanticen condiciones laborales dignas, un sueldo mínimo y protección social para los trabajadores de plataformas. La velocidad de la narrativa digital de LinkedIn, sin embargo, siempre parece superar a la de la regulación política, creando un vacío que se llena con cuentos de hadas empresariales.

Lo más inquietante de esta dinámica es que participamos en ella, a menudo con nuestro consentimiento. La ausencia de relatos políticos sólidos sobre el futuro del trabajo permite que estos mensajes simplistas y adictivos del algoritmo se conviertan en nuestra principal referencia. Admitámoslo, ¿quién no ha caído en la tentación de compartir una “lección de liderazgo” después de un momento difícil? Yo misma he sido víctima de esta secta digital, abusando de la palabra “resiliencia” y publicando posts demasiado largos. Quizás sea hora de cuestionar esta sobreexposición de la vulnerabilidad y recordar que no todo en la vida tiene que convertirse en un contenido monetizable o una “oportunidad de aprendizaje”. La vida no es un post, y la muerte mucho menos. Es importante mantener un escepticismo saludable y recordarnos que está bien no estar “siempre en positivo” y que, a veces, simplemente sentir y vivir es más valioso que transformar cada experiencia en una KPI.

Por Editor