Imagínate un espacio verde tan grande que podría abrazar tres veces la ciudad de Oaxaca o cubrir casi tres veces Manhattan. ¿Suena a fantasía? ¡Pues es una realidad que está tomando forma aquí, en el Valle de México! Hablamos del Parque Ecológico Lago de Texcoco, un proyecto monumental que no solo busca restaurar un ecosistema vital, sino también redefinir nuestra relación con la naturaleza en medio de la vorágine urbana. Es una historia de resiliencia, visión y, sobre todo, de cómo la voluntad política puede cambiar el rumbo de un lugar.
El camino hacia este oasis no ha sido sencillo. Este territorio fue el epicentro de un debate nacional con la polémica cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM). Lo que se vendió como un mega-hub “verde” y la joya de la corona de la ingeniería moderna, en realidad dejó una huella ambiental profunda, destruyendo refugios para aves migratorias, devastando montañas y alterando un paisaje milenario. Para 2015, el Lago de Texcoco había perdido más del 95% de su superficie original. Tras la cancelación del NAICM en 2018, el arquitecto Iñaki Echeverría, un apasionado del área por casi tres décadas, fue designado para darle una segunda oportunidad a este lugar, con la misión de restaurar lo que parecía irrecuperable. Su decisión fue estratégica: enfocarse en crear el destino y sanear la zona, antes que resolver todas las trabas jurídicas y de accesibilidad de golpe.
Hoy, el Parque Ecológico Lago de Texcoco es mucho más que un conjunto de lagunas; es un Área Natural Protegida declarada en 2022, crucial para la regulación hídrica del Valle de México y hogar de más del 60% de la diversidad de aves del Estado de México. Con la “ingeniería viva” que impulsa Echeverría, se están reconectando ríos y permitiendo que la naturaleza haga su chamba para recuperar cuerpos de agua como la Ciénega de San Juan y el Lago Nabor Carrillo. Este enfoque, que fusiona diseño e ingeniería flexible, está demostrando que es posible revertir siglos de deterioro. Además, la historia nos dice que el lago de Texcoco, a pesar de su agua salada, era fundamental para las comunidades prehispánicas, proveyendo no solo alimentos como patos y peces, sino también el valioso tequesquite, utilizado desde la cocina hasta la minería y la curtiduría. El parque busca honrar esta riqueza ancestral y devolverle su papel vital.
Por supuesto, el proyecto enfrenta retos, desde la accesibilidad (la “mera verdad” es que sin carro está complicado llegar) hasta las invasiones irregulares y las obras pagadas pero no ejecutadas del ex-aeropuerto. Pero Iñaki Echeverría, quien se formó con una filosofía de “hibridación” y “unión de opuestos”, ve estos desafíos como oportunidades. Para él, la crisis climática no es una sentencia de catástrofe, sino un llamado a la innovación, un momento “genial para la gente de ideas”. Este parque, más que una solución con tubos, es una “zona de amortiguamiento” que absorbe el agua y le da tiempo al drenaje, una muestra de cómo podemos trabajar con la naturaleza, no contra ella, para un futuro más resiliente.
El Parque Ecológico Lago de Texcoco, que hoy ve sus tierras inundarse de nuevo y a las aves poblar sus aguas verde-azuladas, es un faro de esperanza. No solo mejorará la calidad del aire de la región en un 19% y capturará millones de toneladas de carbono, sino que es una apuesta audaz por un futuro viable y habitable para millones de habitantes del Valle de México. Es la prueba de que, incluso después de un “sueño roto”, podemos construir un oasis vivo, un espacio donde la naturaleza y la comunidad se encuentran para un bien mayor. Es un recordatorio de que, con creatividad y voluntad, podemos sanar y florecer.

