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Los videojuegos nos han cautivado. Desde el Tetris hasta los eSports, millones de personas en el mundo se sumergen en universos pixelados, buscando diversión, desafío o simplemente un escape. Pero, ¿qué pasa si te dijera que detrás de esa pantalla brillante y esos controles que vibran, se esconde un universo mucho más complejo y, a veces, un tanto oscuro? Erik Huesca Morales, un físico de la UNAM y experto en IA, nos invita a “echar luz” sobre este fenómeno que va más allá de un simple pasatiempo. Su libro, “Ready? Go! El oscuro universo gamer”, es una especie de mapa que nos advierte: no todo es juego.

Imagina esto: la industria de los videojuegos mueve anualmente ¡200 mil millones de dólares! Es más lana que el cine y el streaming de música y series juntos. Con más de 3,200 millones de jugadores en todo el planeta, la magnitud es impresionante. México, por ejemplo, aporta entre 1,800 y 2,200 millones de dólares al año a esta industria, con 78 millones de jugadores. Sin embargo, Huesca subraya una realidad inquietante: el dinero y el poder se concentran en gigantes como Tencent, Microsoft y Sony, ubicados mayormente en Asia y Estados Unidos. Para países como el nuestro, a menudo somos “consumidores natos” o “maquiladores natos”, creando partes de juegos pero sin participar en la creación de narrativas propias o capturando las jugosas ganancias. Es un “colonialismo digital” donde se nos vende una ilusión de control mientras se extrae valor de cada hora de juego y, sí, hasta se presta para el lavado de dinero a través de objetos virtuales o suscripciones.

La interactividad que tanto nos gusta es, en realidad, una simulación. Creemos tomar decisiones, pero los caminos ya están programados, y esa ilusión es altamente adictiva. Tanto, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya reconoce el “trastorno por videojuegos” como un comportamiento adictivo. Jugar Tetris más de cuatro horas puede “tetrificar” el cerebro, alterando neuronas, afectando la memoria a largo plazo y causando problemas de salud física como dolor de columna u ojo seco. Y la cosa no para ahí. Huesca nos advierte sobre una “invasión intraterrestre”: una penetración en nuestra privacidad, en nuestros derechos de pensar e, indudablemente, en nuestro bolsillo. Con la evolución hacia realidades extendidas y la IA con aprendizaje profundo, la industria busca predecir e incluso inducir nuestros comportamientos. ¿Te acuerdas de Pokémon GO? Fue solo un experimento para demostrar que este modelo de “cero pertenencia y mucho pago” funciona a la perfección.

Entonces, ¿qué hacemos? Huesca es claro: mientras sigamos solo consumiendo lo que otros crean, continuaremos siendo “exploradores del mundo digital que alguien más creó, no somos creadores”. La esperanza radica en atrevernos a producir historias propias, desafiar las narrativas dominantes de venganza y violencia, y explorar la diversidad estética y de personajes. Los videojuegos tienen un potencial increíble para convocar a la acción y crear comunidades, pero para ello, primero necesitamos “echar luz” sobre sus sombras. Los 78 millones de jugadores mexicanos y los cientos de millones del sur global tenemos una oportunidad: pasar de ser colonias digitales a convertirnos en arquitectos de nuestros propios universos virtuales. La invasión sigue, pero el control final, ¿será nuestro?

Por Editor