Hoy se insiste en comparar a Felipe Calderón con Adán Augusto López. La similitud va más allá de lo retórico: es evidencia de cómo los mañosos se reciclan en sus peores formas. Calderón fue Presidente de la República; Adán, secretario de Gobernación y aspirante frustrado a suceder a su jefe. Ambos comparten algo más profundo: la negación sistemática de la realidad cuando se trata de proteger a sus hombres de confianza.
Calderón no fue un ingenuo rodeado de traidores, aunque así pretenda engañarnos. Nombró a Genaro García Luna como su secretario de Seguridad y lo sostuvo en el cargo durante todo su sexenio. Hoy, ese hombre está condenado en Estados Unidos por sus vínculos con el narcotráfico. Sin embargo, Calderón insiste en que no sabía nada. Así operan muchos: con cinismo en el discurso y absoluta impunidad en los hechos.
Adán Augusto, por su parte, repitió el mismo libreto, pero con menos talento y una desvergüenza aún más burda. Su secretario de Seguridad en Tabasco, Hernán Bermúdez Requena, enfrenta acusaciones por presuntos vínculos con el grupo criminal “La Barredora”. ¿Y el hoy senador? Se refugió en el silencio. No ofreció explicaciones, ni deslindes, mucho menos una disculpa. Por el contrario, tuvo el descaro de afirmar que durante su gobierno en Tabasco la seguridad mejoró. Convertir al sospechoso en argumento de eficacia es el colmo de la indecencia política.
Pero lo más grave es el silencio de todo el Congreso. Lo ocurrido el 23 de julio en la Comisión Permanente fue una muestra grotesca de nuestra crisis institucional. Cuando algunos legisladores de poca monta intentaron subir a tribuna el tema de La Barredora, Gerardo Fernández Noroña se impuso para impedir el debate. La oposición, reducida a la nada, se dejó avasallar. Ni una intervención firme, ni un intento real de defensa.
Hoy, la oposición no existe. No representa nada ni a nadie. Su única estrategia es el pacto. Por otro lado, el grado de impunidad al que ha llegado Morena quedó expuesto cuando, en plena sesión, mientras se intentaba ocultar el escándalo de Tabasco, algunos de sus legisladores gritaron a Adán: “¡No estás solo!”. No era un gesto de respaldo humano, sino una confirmación del blindaje político que otorgan a los suyos, pase lo que pase. Esa consigna, dicha a gritos, sintetiza la moral del régimen: nadie cae, a nadie se toca.
Ya no es la oposición quien cuestiona al gobierno, sino apenas una parte de la prensa crítica. Y, en algunos casos, los gringos. Fue un tribunal en Estados Unidos el que condenó a García Luna. Son los medios quienes revelan los escándalos del presente: contratos opacos, enriquecimientos súbitos, pactos con criminales. Aquí, la justicia solo se mueve cuando hay presión externa. La ley se aplica según el color de la camiseta. Y así, como en un teatro de revista, la justicia se vuelve espectáculo y la impunidad, un escenario costumbrista. Lo que une a Calderón y a Adán no es el cargo ni el partido, sino la certeza de que el poder, cuando se ejerce sin ética, inevitablemente se pudre. Solo cambian los nombres y las excusas. Lo demás —como casi todo en la política mexicana— ya lo hemos vivido antes.
Por Carlos Román.