Durante las décadas de 1950 y 1960, México implementó una política económica conocida como sustitución de importaciones, cuyo objetivo central era reducir la dependencia del país de productos extranjeros, impulsando la producción nacional y fomentando la industrialización. Este modelo fue clave en la configuración del desarrollo económico de México durante el llamado “Milagro Mexicano”, un periodo de crecimiento económico sostenido, modernización industrial y expansión de la infraestructura.

El proteccionismo en México se inscribió dentro de una tendencia general en América Latina, influenciada por las ideas de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y los postulados del economista argentino Raúl Prebisch. Según estas teorías, los países de la región debían dejar de depender de las exportaciones de materias primas y productos agrícolas hacia las naciones industrializadas. El objetivo era desarrollar industrias locales capaces de producir los bienes manufacturados que antes se importaban.

Para alcanzar sus objetivos, el gobierno mexicano implementó varias estrategias clave: proteccionismo arancelario, inversión en infraestructura, fomento a la industria nacional, y políticas monetarias y fiscales prudentes. El gobierno mantenía un control sobre la inflación y las tasas de cambio competitivas, lo que ayudaba a abaratar los costos de producción y mantener la competitividad de los productos nacionales.

Durante los primeros años de la implementación de la sustitución de importaciones, México vivió un periodo de bonanza económica. El Producto Interno Bruto (PIB) crecía a un ritmo promedio del 6% anual entre 1940 y 1970, en lo que se conoce como el Milagro Mexicano. Las ciudades se expandieron, emergió una clase media con mayor poder adquisitivo, y el consumo de productos nacionales aumentó. El desarrollo de infraestructura permitió un mayor acceso a servicios básicos como la electricidad y el agua potable, mientras que los servicios prestados por el Estado, como la salud y la educación, gozaban de buena calidad.

Sin embargo, el modelo de sustitución de importaciones enfrentó un obstáculo clave: los empresarios mexicanos. Estos, en su mayoría, no aprovecharon la protección arancelaria para invertir en tecnología, capacitar a su base laboral ni pagar salarios competitivos que mejoraran el poder adquisitivo de los trabajadores y fomentaran el consumo interno. Como resultado, las empresas mexicanas, protegidas por altos aranceles y subsidios estatales, se volvieron ineficientes debido a la falta de competencia. Esto limitó su capacidad para innovar y mejorar la calidad de sus productos, lo que provocó un estancamiento en la productividad y afectó el crecimiento económico a largo plazo.

El fin del modelo de sustitución de importaciones comenzó a vislumbrarse en la década de 1970, particularmente durante el régimen populista de Luis Echeverría (1970-1976). Echeverría, optó por una mayor intervención estatal y un gasto público elevado que, lejos de fortalecer el modelo, generó desequilibrios fiscales y una creciente deuda externa. Este manejo populista deterioró la estabilidad económica que se había alcanzado en las décadas anteriores y condujo a una severa crisis económica; el peso pasó de $12.50 a $23.00

La crisis y la deuda de los años 80 obligó al país a abandonar el proteccionismo en favor de políticas neoliberales promovidas por organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Este viraje marcó el inicio de una nueva era de “capitalismo salvaje”, caracterizada por la apertura indiscriminada al libre mercado, la privatización de empresas estatales, y la desregulación económica.

Lo cierto es que el populismo de Luis Echeverria nos llevó a vivir más de veinte años de crisis económicas recurrentes, lo que dejó una sociedad marcada por una profunda desigualdad, que mientras prevalezca, no podemos pensar en una verdadera mejoría económica para México y los mexicanos. La moraleja es que el populismo, cualquiera que sea su fuente, tarde o temprano nos lleva a la crisis.

Por Carlos Román.

Por Editor

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