Mañana concluye el gobierno de López Obrador, que inició hace casi seis años con la promesa de ser un parteaguas en la historia de México y la ilusión de millones de mexicanos que creyeron en las promesas de que ahora sí, los pobres serán primero. La “Cuarta Transformación” arrancó bajo la bandera de combatir la corrupción, terminar con la inseguridad, reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida de los mexicanos. Sin embargo, como muchas promesas de los políticos, los resultados no fueron los esperados. Lejos de cumplir con lo ofrecido, hoy, los grandes ricos son mucho más ricos y se deja un país sumido en la inseguridad, con altos índices de corrupción, con una economía en riesgo y las bases para transitar a un régimen profundamente autoritario.

La corrupción, un mal histórico que ha mantenido a México por décadas en la pobreza, la ignorancia y la inseguridad sigue igual. Las escaleras siguen sucias, no se barrieron; su combate fue un discurso vacío y pura propaganda. Las redes de corrupción enquistadas en las instituciones gubernamentales siguen tan campantes. Peor aún, miembros de su gabinete, amigos, familiares y funcionarios cercanos a su administración, fueron señalados en diversos casos de corrupción, sin ninguna consecuencia, como siempre.

El uso faccioso de todas las fiscalías a su servicio, fueron la herramienta para “convencer” a opositores indecisos y así forzar la balanza y alcanzar los pocos votos en el senado para terminar con la muy endeble división de poderes. Al final del sexenio, México sigue sumido en la cultura de la impunidad, con la corrupción infiltrada en todos los niveles del gobierno. Estamos como empezamos o peor.

Otro de los grandes fracasos del gobierno de López Obrador ha sido el manejo de la seguridad. Los mexicanos siguen siendo víctimas de altos niveles de violencia, y la delincuencia organizada opera con impunidad en gran parte del territorio nacional. La política de “abrazos, no balazos”, lejos de reducir la violencia, permitió que el crimen organizado se fortaleciera y expandiera su control sobre regiones enteras.

Los números no mienten: México ha vivido el sexenio más violento de su historia reciente. Los homicidios y desapariciones continúan en niveles alarmantes. La militarización de la seguridad pública, no ha dado los resultados esperados. Esta estrategia ha sido incapaz de contener la violencia desbordada en el país.

El sistema de salud mexicano, que ya enfrentaba problemas estructurales antes de la pandemia, terminó de colapsar bajo la administración de López Obrador. La falta de insumos médicos, el colapso de los hospitales y la ausencia de una estrategia clara para enfrentar la crisis sanitaria, resultaron en miles de muertes que podrían haber sido evitadas. A pesar de las promesas de mejorar el sistema de salud y garantizar el acceso universal, López Obrador no logró resolver los problemas más básicos del sector. En lugar de avanzar, México retrocedió en materia de salud. No nos convertimos en Dinamarca, como él prometió; más bien nos acercamos a países como a Haití o Somalia.

López Obrador prometió una transformación histórica, pero en temas clave como la corrupción, la inseguridad, la pobreza y la salud, su administración ha sido un rotundo fracaso. Las esperanzas de millones de mexicanos que confiaron en un cambio real deberán seguir esperando tiempos mejores. La ineficacia, la falta de resultados y la improvisación caracterizaron su mandato. Al término de su gobierno, queda claro que la “Cuarta Transformación” fue más una ilusión que una realidad. El “segundo piso” de su proyecto no tiene cimientos sólidos. Este gobierno pasará a la historia como uno en donde las mentiras y la división sistemática de los mexicanos fue la constante. Pero a pesar de estos fracasos, López Obrador sigue siendo una figura querida por muchos mexicanos, especialmente por los más pobres, lo que asegura que su influencia política persistirá en el futuro.

Por Carlos Román.

Por Editor

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