Para Lorena: Dicen que los gatos son criaturas independientes, elegantes y, sobre todo, muy territoriales. Pero nunca imaginé que, en esta etapa de mi vida, estos animales tomarían el control de la misma. Un refrán popular dice: “Nadie sabe para quién trabaja”, y en mi experiencia, no hay nada más cierto. Tengo el privilegio (o la condena, según cómo se vea) de vivir con cinco gatos, y aunque debería ser yo quien reina en mi hogar, la realidad es otra: los gatos han conquistado casi toda mi casa, empezando por mi recámara, los baños, el jardín y las áreas de servicio.

Todo comenzó con Lenny, Bushi, Rayitas y Ronnie. Los tres primeros son hermanos, y el último fue recogido de la basura, dejado por mis vecinos en un bote a la entrada del fraccionamiento. De ahí fue rescatado por una misteriosa fuerza que lo hizo aparecer en mi casa, de donde no salió nunca más. Estos cuatro gatos formaron una manada, unida y juguetona como pocas. Todo era armonía y felicidad. Eran cariñosos y divertidos, y a pesar de ser gatos adoptados, lograron adaptarse bastante bien. Pronto se apoderaron de la recámara principal, como si siempre hubiera sido suya. Y, por supuesto, yo fui relegado al cuarto de visitas. ¿Cómo es que cuatro gatos decidieron que ellos merecían mi cama más que yo? Fácil. No se discute con criaturas que tienen uñas afiladas, una cara de superioridad imposible de ignorar, y el monopolio de la fuerza pública a su servicio, representada por las mujeres de mi casa.

Después de algunos años de felicidad, de destruir mis muebles, de llenar el ambiente con aromas poco gratos para cualquier olfato y de dejar pelos por todos lados (hasta en los ojos), llegó Pig, y con él, se hizo el caos. A pesar de tener el mismo origen callejero que Ronnie, Pig no fue bien recibido ni por él ni por Rayitas, quienes decidieron empezar un apartheid gatuno. Se formaron dos bandos: los buenos —Lenny, Bushi y Pig— y los malos —Rayitas y Ronnie—, quienes desde entonces han tratado de matar a los buenos. Gracias a Pig, Ronnie y Rayitas tienen una vendetta personal contra todo lo que respire. Por su mala conducta, estos dos fueron confinados al cuarto de servicio, que convirtieron en una especie de zona restringida. Cualquier intento de llevar la paz entre los dos bandos resulta en una batalla campal, donde, por supuesto, los buenos salen perdiendo… y yo termino mirando para otro lado para evitar ser testigo de la carnicería.

Si pensabas que lo peor eran las peleas entre los bandos, te equivocas. No importa cuánta arena pongas, siempre huelen mal. Y por si fuera poco, han convertido todos los muebles de la casa en su campo de juego. Olvídate de los cojines elegantes o las cortinas intactas; todo está al borde de la destrucción total. Pero claro, en esta casa, los gatos mandan.

Lo más triste de todo es que, aunque se supone que la recámara principal era mi santuario, ya no me pertenece. Entre Lenny, Bushi y Pig, han hecho que mi lugar en la cama sea meramente simbólico. A veces me dejan un pequeño rincón del colchón, pero si no cabemos todos, es obvio que el que tiene que irse soy yo. Eso sí, cuando estoy acostado en el sofá, me miran como si ellos fueran las verdaderas víctimas.

Al final del día, vivir con estos cinco felinos es una mezcla de caos y resignación. Claro, los quiero mucho, pero no me engaño: si tuviera que haber un “desalojo”, el primero en salir por la puerta sería yo. Porque en esta casa, los gatos no son simplemente mascotas; son los verdaderos dueños del lugar. Así que, si alguna vez te encuentras en la misma situación, mi consejo es que te acostumbres al sofá y te compres fundas para todos los muebles… las vas a necesitar.

Por Carlos Román.

Por Editor

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