Del 26 de julio al 11 de agosto de 2024, la ciudad de París, Francia, fue el escenario de los XXXIII Juegos Olímpicos de Verano, con la participación de 10,500 atletas y 206 delegaciones. Como cada cuatro años, los mejores deportistas del mundo se reunieron para competir por 329 medallas de oro, un número igual de medallas de plata y bronce. Para quienes han dedicado años de disciplina y arduas prácticas, la mayor recompensa es obtener una presea olímpica; ese es el mayor sueño de los deportistas que participan. Estas medallas son el reconocimiento al esfuerzo y dedicación de quienes han hecho del deporte su vida, pasión y vocación, aunque solo unos pocos lo consiguen.
Durante las Olimpiadas, lo que más capta la atención mundial es el deporte. Gracias a la tecnología, podemos ser testigos a distancia de las hazañas de aquellos que encuentran en el deporte la manera de correr más rápido, saltar más alto y acertar al blanco para establecer nuevos récords. Para los ganadores, la gloria de un instante se convierte en la fama que los acompañará durante toda su vida y más allá. Las Olimpiadas son una verdadera fiesta del deporte, aunque hay mucho más que rivalidad entre las naciones protagonistas.
Cada cuatro años, en las Olimpiadas, renace en los mexicanos el sueño del triunfo; el sueño de una medalla olímpica, de un oro que haga que el mundo escuche nuestro himno nacional. Sin embargo, como siempre, quedamos eliminados en las primeras rondas, ya sea por errores vergonzosos o por decisiones a veces parciales de los jueces. Entre el blanco, el negro o el morenito, suele ganar el blanco.
Al igual que en el fútbol, en las Olimpiadas siempre terminamos en los últimos lugares de la tabla de medallas. Un querido amigo, con ideas socialistas a pesar de ser muy “fifí”, estaba convencido de que en los deportes olímpicos siempre ganan los atletas de “razas puras”. Entre los blancos arios y los negros africanos se reparten la mayoría de las medallas. A esto hay que sumar el destacado desempeño de los atletas chinos, japoneses y coreanos. Según mi amigo, los pueblos mestizos como el mexicano no destacan en los deportes a nivel mundial y solo ganan unas pocas medallas. Podríamos decir que sus triunfos son la excepción a la regla. Puede que mi amigo tenga razón, porque si observamos a los norteamericanos, son los mejores porque tienen tanto negros como blancos. Aunque hoy en día también hay muchos “morenitos” en su país, el número de medallas ganadas por atletas de “razas sin mezcla” sigue siendo mayoritario.
Además, las potencias deportivas invierten en instalaciones, tecnología, entrenadores y alimentación para sus deportistas. Hay disciplina y no favoritismo; no hay turismo olímpico, por eso ganan y tienen atletas de alto rendimiento.
Lo peor es que en cada Olimpiada nuestros atletas retroceden. No son capaces de mantener o incrementar sus triunfos en relación a ediciones anteriores. Así, no podemos ser ni medianamente optimistas para el futuro. El deporte no es importante para el gobierno. En Tokio 2020 se obtuvieron 4 medallas de bronce; en Río de Janeiro 2016, fueron 3 de plata y 2 de bronce, en Paris 2024, se repitió este último número. Nos distingue más como aficionados ser ruidosos y bailadores, porque, para llevar la fiesta a cualquier lugar del mundo, nadie nos gana. Otra vez, como en el fútbol, la esperanza volverá a renacer en cuatro años.
Por un breve periodo de vacaciones, esta columna se publicará nuevamente el día 26 de agosto próximo. Gracias.
Por Carlos Román.