La izquierda que hemos conocido hasta hoy, la que dice gobernar para el pueblo y por amor al pueblo, ha basado su discurso y su estrategia en la polarización de la sociedad. Un País dividido entre ricos y pobres, en donde la desigualdad y  el descrédito del adversario al que se le atribuye toda la corrupción y la impunidad que nos lacera, explica la perversidad del neoliberalismo pasado y la grandeza del humanismo mexicano que pugna por un estado asistencialista para desterrar nuestros males ancestrales. Pero la realidad sigue siendo la misma.  México en esencia no ha cambiado. No hemos superado la pobreza y la miseria en la que viven muchos, no disminuye la desigualdad que ni con todo el “bienestar” se ha podido superar.

Es difícil saber si el próximo gobierno de la república continuará aplicando un  populismo de izquierda como lo que vivimos hasta hoy, tan autoritario y corrupto como todos los gobiernos que hemos padecido en los últimos 50 años. La posibilidad de que una sola persona sea el centro de todo el poder del estado existe y vemos como lamentablemente, parece que se consolidará.

El estado mexicano apostó en materia de política económica, por lo menos desde la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, a la creación de una nueva oligarquía, que con gran facilidad desde entonces y hasta hoy, han acumulado cantidades obscenas de dinero, mediante la concesión de bienes y servicios del sector público, sin que esa acumulación sea producto de la creación de tecnología, productividad y  redistribución de la riqueza. Esta acumulación de capital, que se logró en un tiempo muy breve, lleva aparejada la corrupción que ha invadido todos los ámbitos de la sociedad. Que tan pocas personas en México sean dueños de casi todo, no habla precisamente de un régimen de izquierda, ni siquiera de una postura humanista de la economía. Estos mega ricos, siguen igual. No, ¡ahora son más ricos!

La izquierda de hoy podríamos decir que busca más un estado de bienestar que un régimen socialista, que es un término superado. Pero ese adjetivo de bienestar, implica el acceso al derecho a la salud, a la educación, al trabajo, a la seguridad y a una sociedad lo suficientemente fuerte que evite la pobreza extrema. Ese estado, solo puede darse con una reforma fiscal integral que asegure que el que más gane pague más impuestos. Pero esa postura no es la más popular que exista en el mundo electoral. No tenemos como promesa de campaña de nadie que se paguen más impuestos, por el contrario que éstos sean mínimos. Algo es cierto, sin recursos no es posible una mejor salud, educación y justicia.

La izquierda que nos conviene es aquella que renuncie al mundo de las utopías. La realidad es que la hegemonía del sector financiero puede todo y siempre se acomoda en la dirección en la que sopla el viento.

La izquierda que espero llegue a gobernar, es aquella que más allá de todas las discusiones teóricas sobre el socialismo, comunismo, humanismo, inicie ya los cambios para resolver los problemas esenciales del país que son los de siempre: inseguridad e impunidad, miseria y desigualdad, ignorancia y corrupción. Esto es lo que no nos permite ser un Estado donde el cumplimiento de la ley sea una conducta normal de ciudadanos y gobernantes. Con la reforma al poder judicial, solo falta que todo cambie para que todo siga igual.

La Dra. Claudia Sheinbaum designó a seis integrantes de su gabinete el jueves pasado. Mujeres y hombres con carrera académica, política y administrativa. En este primer paquete existe capacidad, experiencia y seriedad. No veo en ellas y en ellos a representantes de una izquierda demagógica y bananera, como las que existen en el Caribe, Centro y Sudamérica. Si les va bien en el gobierno, le va a ir bien al País. Que sea una izquierda propositiva e incluyente, si es eso posible.

Por Carlos Román

Por Editor

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